EL
SEÑOR DE LOS CONDENADOS
Jose Francisco Sastre García
La gran creación de Michael Moorcock
es, sin duda alguna, su genial recreación de lo que llamó el multiverso:
distintos planos y dimensiones entrecruzados entre sí de tal manera que no se puede
saber cuál es pasado, presente o futuro, a pesar de que podamos intuir algunos
detalles al respecto.
La otra gran idea de este escritor
inglés es la del héroe condenado, derrotado y maleado por un destino superior a
él. Por eso, creo que se ha ganado con merecida justicia el título que he dado
a este artículo: Señor de los Condenados.
Antes que nada, sería una buena idea
dar unas pinceladas biográficas para saber quién es este personaje. Nacido en
1939, inicia su carrera literaria creando remedos de Burroughs, como "Los
Guerreros de Marte" mientras trabaja en la revista "Tarzan
Adventures", convirtiéndose en 1957 en redactor jefe de dicha revista.
Posteriormente se dedicará, en pleno furor del movimiento hippie, a tocar la
guitarra y cantar, tarea en la que fracasará para regocijo de aquellos que apreciamos
su obra literaria. A modo de venganza de este varapalo, escribirá la saga de
Elric el albino, su obra magna y el comienzo del ciclo del Multiverso y el
Campeón Eterno.
En 1963 le vemos de nuevo como redactor
jefe, pero esta vez en la revista "New Worlds".
Sin embargo, los cambios que introduce
en la ciencia ficción, imprimiéndole su propio sello y estilo, no serán
apreciados por el público y la revista cerrará en 1971.
Hasta aquí unos breves apuntes sobre su
vida; pero es su obra lo que realmente nos interesa, una obra ingente y
espectacular en la que rompe muchos esquemas preconcebidos.
Para empezar, es difícil encasillarle
en un género concreto. Podemos decir que es Espada y Brujería, y no nos
equivocaríamos; pero también se puede considerar Fantasía Épica, e incluso Ciencia
Ficción. ¿Con cual quedarnos? Lo mejor es adoptar todos estos géneros: Moorcock
ha sabido amalgamarlos en un estilo increíble, sorprendente, lleno de
sorpresas.
El multiverso es una conjunción de
mundos y planos, en los cuales luchan eternamente, entre sí, las fuerzas
primordiales del Orden y el Caos. Aunque pueda parecer el típico maniqueísmo de
la lucha entre el Bien y el Mal, la
Luz y la
Oscuridad , no resulta algo tan simple: a ninguna de las dos
fuerzas le importa lo más mínimo lo que le pueda ocurrir a los mortales, cada cual
busca el dominio incontestado. La flecha rígida de la ley amenaza con volver
absolutamente monótonos y monocordes los mundos, sin el más mínimo atisbo de
azar; mientras tanto, las ocho flechas radiales del Caos buscan la entropía, la
eterna anarquía, en la especulación de que en la variación están la diversión y
el entretenimiento, por lo que un mundo dominado por el Caos es un mundo en
constante cambio y distorsión.
Entre ambas fuerzas se alza algo
confuso, ambiguo, denominado el Equilibrio, que parece ser ha establecido una
serie de normas, entre las cuales la más importante es que ninguna de las dos
grandes fuerzas en litigio debe prevalecer claramente, o al menos ninguna de
las dos debe desaparecer de un mundo.
Cuando se rompe este equilibrio, es
cuando aparece la figura del Campeón Eterno, un personaje no siempre humano
cuya función es restablecer la balanza a su posición original.
¿Y quién es el Campeón Eterno? No
siempre es humano, y la obra de Moorcock parece dar a entender que se trata más
de un castigo que de otra cosa. Está condenado a realizar una serie de grandes
obras, lo quiera o no, para poder escapar a su condición y vivir una vida
normal.
Tarde o temprano, esta figura ha de
asumir su destino y preparar el terreno para el advenimiento de un mundo en el
que las fuerzas superiores no estorben a los mortales en su devenir.
Cabe preguntarse por qué estos
personajes, que comparten un alma y muchos cuerpos, han sido castigados de esta
manera. La respuesta no es fácil, pero tal vez la encontremos en "El Campeón
Eterno", donde Erëkose comete un doble genocidio: primero, ayudando a los
hombres, su raza, a llevar a la casi extinción de la raza Eldren, unas criaturas
humanoides que aparecerán muy a menudo, bajo diversos nombres, en la obra del
multiverso (elfos, vadhagh); después, uniéndose a los Eldren y exterminando a
la raza humana. Quizás ése fuera el pecado que el Campeón Eterno debía expiar.
Las características de estos personajes
son complejas, puesto que no se trata de una figura única: podríamos entender,
de alguna manera, que Elric de Melniboné sólo es una parte del Campeón Eterno,
buscando el resto en la gente y los objetos que le acompañan en su escrito destino.
Estas características se repiten una y
otra vez en la mayoría de los personajes de la obra de Moorcock: el compañero,
el sabio, la mujer, y el objeto de poder.
Algunas veces el compañero es un
comparsa, pero de lo que no cabe duda alguna es de que es leal al Campeón por
encima de cualquier posibilidad: algunos entienden perfectamente el destino que
se les depara, otros no, pero todos están indefectiblemente ligados a los
héroes, pudiendo darse el caso de mezclas extrañas, esto es, Campeones
ejerciendo de compañeros de otros Campeones, y efectos similares.
En cuanto al sabio, suele ser alguien
relacionado de forma directa con la
Balanza y el Equilibrio, y suele repetirse a lo largo de toda
la obra: el más habitual es Sepiriz, conocido también como el Guerrero de Negro
y Amarillo.
El problema de la mujer es algo más
complejo; hay ocasiones en las que a un mismo Campeón parecen corresponderle
más de una mujer, como puede ser el caso de Elric: su primer gran amor es
Cymoril, mas, cuando ésta muere, aparece otra, Zarozinia, que le hará
olvidarla. En estos casos resulta difícil distinguir cuál es la auténtica pieza
que encaja en la figura del Campeón Eterno, pero creo que podemos curarnos en
salud y mantener a las dos como tales.
En cuanto a los objetos de Poder,
suelen ser materias surgidas directamente de una fuente que podría ser el Caos,
aunque no es seguro; es mucho más probable que se trate de algo que atiende a
su propio beneficio, y que actúe al margen tanto de las fuerzas en conflicto
como del Equilibrio. Es el caso de la espada de Elric, la figura del arpa
Dagdagh de Corum Croich... En general, suelen ser entidades sumamente poderosas
que se camuflan bajo la apariencia de objetos inanimados, pero que imprimen su
sello a sus portadores.
Podemos ir más lejos aún, y decir que a
la figura del Campeón Eterno hay que añadirle una última pieza: su enemigo
irreconciliable, aquél a quien deben eliminar para mantener el equilibrio en el
mundo. Puede ser más de uno y, casi siempre, está aliado con las fuerzas del
Caos.
Estas reglas son generales, y se
cumplen de manera bastante habitual, aunque hay excepciones: las más notorias
son las de las aventuras de Jerry Cornelius y Karl Glogauer.
En el primer caso, los delirios del LSD
y la marihuana, amen de la psicodelia propia de la época hippie, hacen de su
lectura una tarea un tanto complicada, a pesar de poder seguirla con bastante
claridad; en el segundo caso, es más una aventura aislada sin conexión alguna:
un fanático de Jesús viaja al pasado, a la época de su ídolo, para encontrarse
con una sorpresa y su destino. En este último relato, Moorcock se muestra
despiadado, irreverente, sacrílego según algunos... Que cada lector juzgue.
En suma, nos encontramos ante un
monumental ciclo lleno de cruces de caminos, de personajes que saltan de un
mundo a otro, que intervienen en las aventuras de otros, creando un tejido tan
complejo que en ocasiones resulta difícil de seguir.
Para aquellos interesados en leer algo
de Michael Moorcock, existen unos cuantos títulos en la editorial Martínez
Roca, colecciones Fantasy y Gran Fantasy. Como su obra es muy extensa para
citarla aquí, recomiendo que en las colecciones citadas se lea la bibliografía
indicada.
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