EL
REINO DEL DRAGÓN
José
Francisco Sastre García
Si ha
existido una figura que a lo largo de la historia ha hecho tanto soñar como temer
a la humanidad, ésa ha sido la del omnipresente dragón, el rey de los monstruos
por antonomasia. Resulta curioso comprobar cómo desde los tiempos más remotos
los hombres han creído que en determinados lugares del mundo existían criaturas
capaces de desafiar la imaginación, testigos de eras pretéritas que habrían
sobrevivido hasta nuestros tiempos para ser aniquilados por caballeros
singulares.
En los
diccionarios, la definición de estos seres aparece remarcando el hecho de que
se trata de criaturas fabulosas, corpulentas, con enormes cuerpos de serpiente,
patas y alas, y la capacidad de arrojar fuego por la boca. Como veremos más
adelante, esta descripción se ajusta como un guante a la visión que en el mundo
occidental se ha tenido habitualmente de estos animales, aunque sus
características “reales” no se limitan tan sólo a este breve comentario, como
podremos ver a continuación.
Dentro de
la imaginería de los dragones podemos hablar de tres aspectos o formas básicas
bajo las que es más habitual contemplar a estas criaturas, que serían las siguientes:
El dragón
“occidental”.
Éste es el
más conocido en nuestro entorno, el gran reptil escamoso alado que echa fuego
por las fauces y cuya sangre es más venenosa y corrosiva que cualquier sustancia
conocida. Al principio su aspecto era más basto, más brutal, pero a medida que
pasaba el tiempo y se iba depurando o perdiendo el significado esotérico de su figura,
fue evolucionando hasta dar lugar a un reptil más elegante y armonioso, con una
poderosa magia interior, una figura que a partir de la Edad Media será
sinónimo del diablo debido a la acción “benefactora” de la Iglesia Católica;
y más tarde, en pleno auge de la fantasía épica inaugurada por Tolkien, sufrirá
una nueva transformación, para desdoblarse en diferentes subespecies según su
color e intenciones, alcanzando por fin la imagen que del dragón tenemos en la
actualidad; incluso dentro de la catalogación de estas criaturas, los
escritores harán que los dragones tengan una descendencia específica en los
wyrms y wyverns, palabras evidentemente derivadas del término anglosajón worm,
gusano, cuya relación con el mundo del dragón podremos ver más adelante, y en los
dracolichs, dragones de huesos surgidos del cruce de las figuras del mítico
reptil y el lich, el cadáver hechicero del mundo de “Dungeons & Dragons”…
El dragón
“oriental”.
En Asia y
África Oriental, desde el Próximo Oriente hasta el Japón, las características
de los dragones varían notablemente, haciendo que estas criaturas, aún siendo
inmensas, tengan mucha más apariencia de serpiente que de lagarto, capaz de volar
sin alas, con un cuerpo muy alargado y patas cortas; poseedoras de unos poderes
mágicos sutilmente distintos a los del occidental, han mantenido desde la más
remota antigüedad unas connotaciones similares, mucho más relacionadas con el
misticismo y el esoterismo oriental, sin sufrir apenas variaciones: aunque
algunas religiones en general las han asociado al mal y los demonios, esa
influencia no ha sido en ningún caso tan fuerte como la que el cristianismo
ejerció sobre la naturaleza de estos seres, ya que la actitud oriental siempre
ha sido más mística o filosófica, más cercana a las antiguas tradiciones, que
la occidental… Tal vez sea la herencia de esa idea oriental la que da lugar, en
Occidente, a una figura serpentiforme con una poderosa simbología de vida y muerte,
el Ouroboros, la serpiente que se enrosca sobre sí misma y se muerde la cola en
una evidente alegoría de los ritmos cíclicos; como más adelante podremos ver,
esta imagen viene a ser la del dragón tradicional, la del regenerador y a la
vez destructor.
Este
modelo serpentino es divinizado en la América precolombina: mientras que entre los
aztecas será Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, entre los mayas será Kukulkan,
con el mismo apelativo, lo que resulta aún más significativo si tenemos en cuenta
la etimología del primer término: si el quetzal es un ave propia de la zona y
cóatl significa serpiente, la palabra completa estaría designando en realidad a
un reptil con apariencia de ave, no meramente a una serpiente con alas; ¿por
qué, entonces, la iconografía de esta entidad es siempre ofídica? En cualquier
caso, la relación con el mundo del dragón parece bastante evidente; y rizando
el rizo, podríamos asociar incluso a Viracocha, el dios civilizador inca: como
figura está prácticamente al mismo nivel de las otras dos, y una de las
variantes con el que se la conoce es Huiracocha, con una clara raíz egipcia, la
del dios Horus, el Halcón Sagrado, en una evidente referencia a las aves y el
vuelo… Aunque posteriormente estos tres dioses fueron personalizados, su origen
parece ser el mismo que el del mito que estamos tratando, puesto que se trata
de seres civilizadores, portadores de un conocimiento superior que comparten
con la humanidad durante una edad dorada y luego se irá perdiendo con el
transcurso del tiempo…
Los grandes
gusanos o serpientes
Esta variante
en la apreciación de la imagen draconiana se da fundamentalmente en el folklore
británico, siendo además muy rico en este tipo de historias: aquí, desaparece
la naturaleza tradicional de estas criaturas, desaparecen sus poderes mágicos y
sólo permanecen la extrema acidez y veneno de su sangre y, en algunos casos,
las llamaradas de sus fauces. Como su denominación indica, su aspecto es
básicamente serpentino o vermiforme, mostrándose más como un mero animal que
como una criatura tan mítica como el dragón; de esta manera, tal vez se esté
indicando la pervivencia desde los tiempos más remotos en ciertos lugares de
grandes ofidios o criaturas similares que finalmente fueron exterminados por el
pueblo al que aterrorizaban.
También
podemos encontrar esta subespecie de dragones en las tradiciones orientales
acerca de las nagas y las criaturas serpentiformes que habitan en las cavernas subterráneas
y que, al igual que sus parientes de mayor envergadura, protegen celosamente
los tesoros de la tierra.
LAS TRADICIONES
Inicialmente
estas imágenes proceden de una remota antigüedad en la que la humanidad había
de enfrentarse a múltiples peligros para sobrevivir, transmitiéndose oralmente
hasta que las leyendas, deformadas aunque guardando en su núcleo algún fundamento
de realidad que se nos escapa, se plasmaron en las diferentes mitologías de la
humanidad.
La
naturaleza de estos seres es ambivalente, dual, mostrando tanto una imagen benevolente
como maléfica. Son los custodios de las tradiciones, representaciones de un conocimiento
antiquísimo que hay que mantener, a la vez que celosos vigilantes de los tesoros,
en una especie de representación de guardianes de la tierra que los engendró;
al mismo tiempo, se les consideraba guardianes de las aguas, a quienes se imploraba
la bendición de la lluvia mediante sacrificios humanos; como ejemplo podemos
hablar de Tatsu, el dragón japonés que es a la vez dios marino y fluvial.
A su vez
son símbolos de regeneración, una especie de entidades de la fertilidad, con
cuya muerte se producen la reanudación del ciclo vital y la abundancia de las cosechas;
en este sentido, es posible que tras estas ceremonias sagradas se escondan los verdaderos
orígenes del culto al toro y los rituales paganos de fertilidad con el
sacrificio de este animal que, posteriormente, darán lugar a las corridas de
toros. Para entender esta teoría, tenemos que partir de la base de que como
guardián de las aguas, el dragón podría ser entendido como el dios primordial
del mar, entidad que, en eras posteriores, derivaría hacia las conocidas
deidades marinas de las diferentes civilizaciones; si tenemos en cuenta que en
la rica mitología griega Poseidón, además de dios del mar, es el Señor de los
caballos y los toros, el rito podría haber sido transformado para que en lugar
de ser el dios el sacrificado, lo cual podría ser interpretado como una
blasfemia o la muerte de toda vida, lo fuera una de sus criaturas, en este caso
el toro.
De hecho,
basta con ver las tradiciones para comprobar hasta qué punto la figura del dragón
se relaciona con los antiguos misterios de la vida y el conocimiento sagrado, hasta
qué punto ha calado hondo en la memoria colectiva de la humanidad: en Sicilia, una
efigie de dragón era llevada en procesión el día de San Jorge, junto con dos
grandes hogazas de pan, que se troceaban y repartían al finalizar la fiesta
para que cada labrador enterrara su trozo en el campo y asegurara la fertilidad
de las cosechas; en Baviera, la muerte del dragón se representaba el día de San
Juan, durante la cual San Jorge reventaba una vejiga de sangre escondida en la
efigie del dragón que luego los espectadores recogían para derramarla sobre los
campos de lino para ayudar a las cosechas; en China, el Año Nuevo se festeja
con grandes dragones de papel y bambú llevados en procesión por las calles; en
el Imperio Romano de Oriente, el estandarte era una bandera con un dragón
púrpura; en Inglaterra, el símbolo es el dragón blanco…
Entre los
celtas, el dragón por excelencia era Y Ddraig Coch, que fue adoptado como
estandarte por Uther Pendragon, el padre del legendario rey Arturo, tras la
visión de un dragón llameante en el cielo (tal vez un meteorito incandescente,
tal vez otra cosa…). Sin embargo, no olvidemos que entre aquellos antiguos
pueblos el término dragón designaba a un jefe, y que Pen-dragon era un jefe
entre jefes, lo que puede hacer sospechar que muchas de las historias de
aquellas épocas sobre luchas con dragones eran en realidad batallas con bandas
de salteadores o entre tribus… Desde un punto de vista más amplio, el creador
de la Tabla Redonda
es el hijo del dragón, y como tal, un custodio de las antiguas tradiciones.
Las
connotaciones cambian notablemente en el caso de Vlad Tepes Drácula: dicho
término, asociado habitualmente con el vampirismo, no significa otra cosa que hijo
de Dracul, es decir, hijo de demonio o dragón; evidentemente, en este caso se
puede percibir la notable influencia del cristianismo, que convirtió la figura
del reptil mítico en la imagen rediviva del Príncipe de las Tinieblas, con lo
que todo lo que oliera a la vieja serpiente era sospechoso de contener azufre;
aunque, en el fondo, al igual que al Rey Arturo, al famoso conde se le podría
considerar un guardián del antiguo conocimiento. Sin embargo, esta apreciación
sólo es hipotética, puesto que no sabemos si el apelativo de dragón que tenía
su padre se lo habían asignado exclusivamente a él o si era un término propio
de su estirpe…
En nuestro
país hay un ejemplo notorio de figura de dragón surgido directamente de las
tradiciones de los pueblos celtas que se asentaron en la zona: el Cuélebre asturiano,
también conocido como Culebro. A pesar de la opinión de algunos, que sugieren
que no tiene nada que ver con el mundo del dragón, la propia descripción de la criatura
nos guía directamente por las características de las que hemos estado hablando:
se trata de una gran serpiente con crines, orejas, alas de murciélago cuando es
viejo, con el grosor “como el del brazo de un picador de la mina”, que custodia
tanto tesoros en cuevas como a las criaturas de las aguas, a las que se conoce
como Xanas (ondinas, náyades…), cuando se asienta junto a una fuente, río,
arroyo, etc. Según las leyendas, esta criatura es el origen de la conocida como
Piedra de la Culebra:
al parecer, se reúnen seis culebras alrededor del “dragón” (conformando así uno
de los números de poder de la antigüedad, el místico siete), y vierten sobre su
cabeza “baba y sudoraciones”, sustancias que al endurecerse conforman la piedra
anteriormente citada; ésta, una vez robada por el osado capaz de ello, será
capaz de, según unos mitos, curar las mordeduras, y según otros, dar la
felicidad. No es necesario redundar en la evidente vertiente sanadora /
regeneradora del Cuélebre…
Muchas de
las antiguas culturas contemplaban en sus cosmogonías la existencia en el cielo
de un dragón que intentaba devorar al dios sol, y que entre ambos se producía una
feroz lucha hasta que, por fin, el astro rey conseguía derrotar al monstruo y rechazarlo.
Evidentemente, ésta era una explicación divinizada de los eclipses, pero tras ella
también subyace la lucha de la que ya hemos hablado entre la vida y la muerte,
y el triunfo de la primera para producir la fertilidad que lo inunde todo…
Como
símbolo de lo sagrado, de la sabiduría más ancestral, aparece también en las
tierras americanas, concretamente bajo la apariencia básica de la serpiente, ya
sea emplumada (Quetzálcoátl, Kukulkan), o diseñada en el suelo, inmensa,
devorando el huevo primordial del que surge toda vida, en el territorio de
Ohio, Estados Unidos. ¿O tal vez lo está regurgitando, entregándolo para el
renacimiento cíclico?
En el caso
mesoamericano, como ya se ha comentado con anterioridad, la relación del reptil
alado con el dragón es más que evidente, a pesar de la incongruencia entre el
nombre y la imagen con que es plasmado por todas partes. La tradición de estos pueblos
habla del dios civilizador, del que entrega el conocimiento a la humanidad, es decir,
regresamos de nuevo al guardián que permite que el velo se descorra, aunque no lo
levanta del todo: el hombre, al fin y al cabo, jamás podrá llegar a alcanzar la
sabiduría del dios, ya que acabaría por destronarlo y erigirse a sí mismo como
tal…
La
influencia del dragón en el ser humano es inmensa, poderosa: aparece representado
en miles de iglesias por todo el mundo, tanto bajo la apariencia de la serpiente
como del dragón tradicional; lo mismo lo encontramos como criatura advocatoria,
benéfica, que como enemigo a abatir por los verdaderos creyentes… William
Stukeley, en el s. XVII, postula que los círculos y avenidas, el megalitismo practicado
por los primeros habitantes de Gran Bretaña, son en realidad enormes representaciones
que indican el antiguo culto al dragón.
Inicialmente,
las leyendas sobre la muerte del dragón eran la transposición del ritual de
fertilidad del que ya hemos hablado: con la muerte del monstruo, del “dios”, toda
la vida volvía a abundar y a expandirse, entrando en un nuevo ciclo de
fertilidad de las cosechas que revigorizaría a la humanidad; después, ese
significado fue perdiéndose y se difuminó hasta quedar tan sólo la muerte de la
bestia a manos de un héroe legendario, haciendo hincapié en muchos casos en la
malignidad de la criatura, aunque esa seña de identidad que era la regeneración
fue manteniéndose a duras penas. Estos titánicos combates aparecen a lo largo
de todas las culturas, transmitidos en narraciones entre las que podemos hablar
de las siguientes:
-
Entre
los germanos, en los Eddas, Sigurd mata al temible Fafnir y libera las tierras,
las revitaliza, aunque deba perecer en el intento; sin embargo, en “El Anillo
de los Nibelungos”, el héroe (Sigfrido) tras matar al dragón se convierte en
inmortal al bañarse en la sangre del monstruo, excepto por una pequeña parte de
su espalda que quedó tapada por una hoja que cayó sobre ella. Al igual que en el
mito de Aquiles, ése será el lugar en que recibirá la lanzada que lo matará a traición.
En este relato se advierte con claridad el aspecto regenerador del dragón,
plasmado en su sangre, que ya no es venenosa.
-
En la
antigua mitología escandinava, cuando suenen las trompetas del Ragnarok, Thor,
el dios del trueno, luchará contra la gran Serpiente de Midgard, cuyos anillos
circundan la Tierra;
en esta titánica batalla perecerá el hijo de Odín, y se desencadenará el fin
del mundo en un holocausto flamígero, que será a su vez el origen de uno nuevo.
-
Entre
los antiguos babilonios, en la leyenda escrita en el Enuma Elish, el dios Marduk
aniquila a la serpiente Tiamat y la parte en dos trozos, a partir de cada uno
de los cuales crea el cielo y la tierra respectivamente en una clara representación
del brote de la vida a partir del sacrificio de la criatura primordial.
-
La
epopeya sumeria de Gilgamesh narra cómo este héroe y su amigo Enkidu luchan en
repetidas ocasiones contra diversos dragones.
-
En el
Rigveda hindú, Indra derrota al temible Vitra y libera las aguas que aprisionaba
el monstruo para que corrieran en torrentes, arroyos, etc. Aquí podemos
interpretar el mito de dos maneras distintas: por una parte, como el dios
guardián de las aguas, el que concede la lluvia y la vida; y por otro, entendiendo
la sangre del dragón como el torrente vital que, al brotar del cuerpo del
animal, da a su vez lugar al nacimiento de la vida.
-
En el
Apocalipsis bíblico, el Arcángel San Miguel, a la cabeza de las huestes celestiales
(recordemos que, para los hebreos, Yahveh es el dios de los ejércitos, una
entidad celosa y vengativa como pocas), derrota a la gran bestia, representada
como una figura de apariencia dragontina. También en este entorno, en el Libro
de las Revelaciones 20:2, se alude a la lucha de este arcángel con Satanás: es
el momento en que los ángeles caídos son expulsados del cielo y arrojados a la
tierra, y entre otros términos se los trata de dragones.
De la
misma manera, existe un pasaje en la
Biblia ampliamente conocido que puede ser reinterpretado bajo
la luz del gran reptil: el “incidente” en el Paraíso Terrenal. Eva, a
instancias de la serpiente Satanás (En este caso, se trataría más bien de
Lucifer, el espíritu del conocimiento), come la manzana del árbol prohibido, en
una clara alegoría del ser que entrega la sabiduría a los mortales para que
sean dueños de sus propios destinos; en este caso parece haber una transposición
clara del mito griego de Prometeo, que robó el fuego a los dioses para
entregarlo a la humanidad, aunque tal vez el origen de este ciclo sea mucho más
antiguo…
-
En
las tradiciones anglosajonas, el héroe Beowulf muere tras aniquilar al dragón Worm,
considerado como el “enemigo primordial”, el que se arrastra en la oscuridad.
-
En
las leyendas árabes, Rustem también da muerte a un dragón en la segunda de sus
siete pruebas cual Hércules árabe…
-
Mención
especial merecen las leyendas griegas asociadas al mito de estas criaturas:
tras un titánico combate, Zeus consigue derrotar a Tifón y enterrarlo bajo el
Etna. La descripción que hace Hesíodo en su Teogonía de este monstruo es
impresionante: “desde sus hombros crecían cien cabezas de serpiente, las de un
temible dragón, y las cabezas lamían con lenguas oscuras, y desde los ojos las
inhumanas cabezas despedían fuego por debajo de sus párpados. El fuego brotaba
de todas sus cabezas, de todas sus miradas; y dentro de cada una de esas horribles
cabezas había voces que proferían toda clase de horribles sonidos”.
Tras su
encierro, Tifón engendró una demoníaca y abundante progenie; entre otros, se
encontraban la Hidra
de Lerna y el dragón Ladón, guardián éste último de las manzanas doradas de la
inmortalidad del Jardín de las Hespérides, ambos aniquilados por el conocido
semidiós Hércules durante el transcurso de sus famosos doce trabajos y el
segundo arrojado al cielo y convertido en la constelación del Dragón...
Otros
monstruos conocidos de la mitología griega son el que guardaba el vellocino de
oro, burlado o aniquilado por Jasón durante la expedición de los argonautas en
busca de la preciada piel, o el dragón marino aniquilado por Perseo para
liberar a la princesa etíope Andrómeda.
La
antigüedad ofrece muchas figuras relacionadas con estas criaturas, como son la
serpiente Apofis de la mitología egipcia, asimilable al Tiamat babilónico o la serpiente
de Midgard escandinava, inmensos seres ofídicos que se supone aprisionan la tierra
o el cielo y que hay que destruir para su liberación, o el bíblico leviatán, un
inmenso animal marino del que se decía que un hombre podía vivir en su interior
(en la Biblia,
es Jonás quien tiene esa “suerte”), un ser salvaje que agitaba las aguas y provocaba
formidables tormentas… Plinio en sus “Historias” asegura que en la India conviven elefantes y
dragones, y que ambos son enemigos irreconciliables. Más recientemente, en la Edad Media, surgen
otras historias como la de la
Tarasca francesa, eliminada por Santa Marta, o la bestia del
mismo nombre que los conquistadores españoles encontrarán en tierras de México,
por citar tan sólo un par de ejemplos.
En lo que
respecta a estas tradiciones, en el folklore británico poseen, además de las
habituales empresas contra los malvados dragones de turno, otras en las que,
como ya se ha explicado anteriormente, el monstruo es más una gran serpiente o
un gran gusano; así tenemos, sin ir más lejos, las historias sobre el dragón de
Loscky Hill o el gusano de Lambton, criaturas que se regeneran a pesar de ser
despedazadas hasta que, en el segundo caso, el perro del héroe se va llevando
de la escena de la lucha los pedazos que su amo corta; en esta historia, ambos
mueren a causa del aliento y la sangre ponzoñosa del dragón. Y otra reseña,
enclavada históricamente en la
Escocia del siglo XII, nos habla del gusano de Linton, que
aterrorizaba la aldea de Roxburgh; al parecer fue eliminado por un caballero de
nombre Somerville de Lariston, que empapó la punta de su lanza en brea ardiente
antes de clavársela al monstruo. Según esta leyenda, los riscos en espiral que
bordean la colina de Wormington (nótese que de nuevo aparece la raíz Worm,
gusano) se deben a las tremendas convulsiones agónicas de la criatura.
Sin
embargo, no todo es trascendente en lo tocante a las historias sobre los “cazadores
de dragones”: en algunos casos las narraciones muestran un cierto tono jocoso,
como si pretendieran quitarle hierro al asunto o burlarse de los que creían semejantes
patrañas; por ejemplo, en un libro de baladas medieval se nos cuenta que un tal
Moore, del Castillo de Moore, a la hora de enfrentarse a uno de estos monstruos
lo trata previamente con desprecio, como quien no quiere la cosa, antes de
destruirlo al modo tradicional…
Pero si en
algún momento ha habido una leyenda de héroe aniquilador de dragones que haya
sido más manipulada desde su origen inicial, ésa es, precisamente, la de San
Jorge: fuera cuál fuera la narración original, de la que se piensa que tal vez proceda
del mito anteriormente citado de Perseo y Andrómeda, probablemente tenía poco o
nada que ver con lo que la
Iglesia Cristiana hizo, que fue convertir la historia en un
cuento moralizante: el prístino caballero en su refulgente armadura como
paladín de la cristiandad, la princesa virgen entregada al monstruo en
sacrificio para calmar su furia, en la que la propia Iglesia se identifica a sí
misma, y el malvado dragón, convertido en la representación de la vieja
serpiente, Satanás, que ha de ser vencido por la luz de la “verdadera fe”.
Ahora
bien, resulta extraño teniendo en cuenta la “inexistencia” de esta criatura y
su imagen mítica, constatar que estas historias han llegado hasta los tiempos históricos:
hay reseñas ya indicadas del siglo XII, otra del tiempo de los sajones en la que
sir John Conyers destruye al dragón de Sockburn, en la zona de Durham, e
incluso de 1668, en la que los aldeanos de Menham eliminan a la serpiente de
Essex, descrita como un ser sin patas, de piel escamosa y con protuberancias
parecidas a las de los sapos…
LA ENERGÍA DE LA TIERRA
¿Qué es lo
que hace que un lugar sea especial? ¿Por qué puntos como Stonehenge, la Gran Pirámide, el
Cerro Uritorco en Argentina o Els Vedrá en Ibiza, por citar tan sólo algunos
entre todos los que hay dispersos por el planeta, son más sagrados que
cualquiera de las iglesias existentes en nuestras ciudades? ¿Es debido acaso a
las sensaciones, experiencias y fenómenos misteriosos que se producen en su
entorno? Y si ésa es la explicación, ¿por qué ocurren específicamente en esos
sitios?
Desde la
más remota antigüedad, el ser humano ha percibido que hay lugares en el mundo
que desprenden una fuerte aura de poder, de energía, de “magia”, que los han llevado
a sacralizarlos y convertirlos en puntos de adoración. La explicación a este misterio
tal vez haya que buscarla precisamente en la teoría de Gaia, un planteamiento que
lejos de ser nuevo resulta proceder de los más lejanos confines de la historia…
Según esta
hipótesis, el planeta Tierra no es meramente una bola inerte de materia, sino
una entidad viva; evidentemente, no en el sentido que le damos habitualmente a
dicha expresión, sino al hecho de que parece estar animada de una cierta
vitalidad que hace que se renueve continuamente; y esa vitalidad, esos
“nervios” que recorrerían todo el planeta, serían corrientes energéticas que
dotarían de vida a todo lo existente, que en ciertos puntos viajarían más
superficialmente y en otros más profundamente; de esta manera, cuando las
líneas de energía afloraran generarían una serie de manifestaciones tanto
físicas como psíquicas que harían de ese punto un lugar sagrado, adorado por
los pueblos que en sus alrededores se asentaran. De hecho, en los supuestos
puntos por los que pasan estas corrientes, parece ser habitual sufrir estados alterados
de conciencia, avistamientos de OVNIS, alucinaciones, apariciones… Un ejemplo
de la notable casuística de estos lugares pueden ser la multitud de manifestaciones
de todo tipo que se producen en Warminster, en Gran Bretaña.
Esta
energía telúrica, que a pesar de ser investigada no ha sido suficientemente contrastada,
ya que no debemos confundirla con la térmica que subyace bajo nuestros pies,
sería la que daría origen a muchos de las leyendas, sobre todo orientales,
acerca del dragón en relación con su aspecto de guardián y de regenerador de la
vida, y dando asimismo origen a los mitos cthónicos (Cthon era una entidad poco
conocida, relacionada con el subsuelo y la fertilidad, a la que no se debe
confundir con los dioses de los infiernos de todas las mitologías),
relacionados con el interior de la tierra. Como podremos ver a continuación, en
Oriente el gran reptil no es simplemente una criatura física, sino más bien una
manifestación de la “magia”, el poder que brota de los lugares sagrados, la
energía en sí misma, serpenteante, siguiendo unos trazados muy concretos…
Donde más
se desarrolla esta idea es en China: el dragón es una figura acuática, de
carácter básicamente benigno, con la que ningún hombre se enfrenta, sino que
intenta atraerse sus favores; actúa a su vez como un vínculo esencial entre el
cielo y la tierra. Esta figura se vuelve tan intensa que acaba por convertirse
en el símbolo por excelencia del poder en el País del Dragón: el emperador
viste ropas de dragón, se sienta en el Trono del Dragón…
Los chinos
distinguieron entre dos tipos de corrientes telúricas: las positivas, que estarían
representadas por el yang, y a su vez por el dragón macho, y las negativas, el ying,
el concepto femenino. El dragón macho sigue los lugares altos, las montañas y
los picos en los que vive, y las rutas que marcaba eran lo que se denominaba
senderos de dragón (lung mei). Por el contrario, el dragón hembra sigue los
valles y las hondonadas, en una clara simbología tántrica, fálica. Los
geomantes buscaban los puntos más adecuados de estos “caminos” para edificar y
canalizar las corrientes naturales, imponiéndose la prohibición bajo pena de
muerte de que tan sólo el emperador podía tener construcciones en dichos
lugares.
Siguiendo
esta línea de pensamiento, John Mitchell piensa que el conocimiento armónico
entre cielo y tierra no fue privativo de la civilización china, sino también europeo:
según él, los hombres escogían como lugares sagrados aquellos que tenían una relación
directa con una fuerza terrestre. Así, los megalitos, crómlechs, túmulos, dólmenes…
actuaban como conductores de esta energía oculta, aprovechándola y canalizándola.
Hecho este planteamiento, especuló con que estas líneas telúricas montaban una
red energética planetaria, que denominó líneas lay, y se dedicó a buscar en
Gran Bretaña señales de dicha estructura. Pensaba que todos aquellos lugares sagrados
situados sobre focos cthónicos poseían una toponimia basada en la raíz “ley”. Al
parecer había múltiples alineaciones que cumplían dicha condición, por lo que
llegó a hallar una auténtica red energética. Pero lo más interesante es que
entre sus descubrimientos halló una alineación significativa que partía desde
el Mount Saint Michael hasta el norte de Lowestoft, pasando por lugares tan
emblemáticos como Avebury y Glastonbury, conocidos por sus monumentos
megalíticos, y diseñando un sendero relacionado directamente con el dragón y
las advocaciones cristianas de sus enemigos ancestrales, San Miguel y San
Jorge. Curiosamente, se corresponde con el ángulo de la salida del Sol el día
1º de mayo. En esta alineación, la relación con el dragón y los santos
“exterminadores” es evidente, veamos algunos de estos puntos:
-
Mount
Saint Michael: es un lugar megalítico sagrado, harto conocido por ser a la vez
isla y península según esté la marea alta o baja. Según algunos investigadores,
en este castillo se pueden percibir una cierta sensación de paz y recogimiento
trascendente.
-
Hurlers
en Bodmin Noor: en este punto hay tres círculos de piedra de hasta 4 m. de altura que, según la
leyenda, son los restos de una serpiente convertida en piedra por un santo
cristiano.
-
Iglesia
de San Miguel en Brent Tor, en la región de Dartmoor.
-
Iglesia
de San Miguel en el valle de Cadbury, en el Devonshire: una antigua tradición
asegura que un dragón dominó la región desde lo alto de una cueva.
-
Iglesia
de San Miguel de Trull: se dice que mataron un dragón en la cercana colina de
Castleman. Una de las ventanas de esta iglesia muestra a San Jorge, San Miguel
y Santa Margarita sobre sendos dragones, cada uno de ellos diferente.
-
San
Miguel de Greech.
-
Lyng:
en la iglesia de esta localidad, los ventanales están decorados con dragones.
-
Ruinas
de la iglesia de San Miguel en el montículo Burrowbridge Mump: parece estar
relacionado con la línea trazada en Somerset, donde se halla el templo de las
estrellas, el zodíaco de Glastonbury. También en esta región, en la iglesia de
Crowcombe, aparece el grabado de un dragón al que dan muerte dos hombres.
-
Iglesia
de Othery Saint Michael, en Sedgemoor: hay un relieve de dragón grabado en el
porche.
-
Glastonbury:
en las cercanías hay una capilla dedicada a San Miguel.
-
Stoke
Saint Michael.
-
Avebury:
el gran templo neolítico de este enclave parece representar, según algunos
investigadores, la figura de un dragón. Al mismo tiempo, en la propia iglesia
de la ciudad, hay una imagen de un obispo con un libro en la mano que aplasta con
su crucifijo a un dragón alado que intenta morder su pie.
Evidentemente,
las iglesias dedicadas a San Jorge y a San Miguel aparecen dispersas en gran
cantidad por todo el mundo, lo que no significa que la Iglesia siempre haya
intentado acabar con el paganismo, el culto al dragón y a la energía que éste representa;
a partir de cierto momento en la historia esa actitud se desvanece, ya que el Cristianismo
está firmemente asentado, y las advocaciones se realizan más por “gusto personal”
que por motivos evangelizadores…
Mitchell
no es el único que ha seguido esta línea de investigación acerca de los senderos
de dragón: Xavier Guichard ha efectuado búsquedas similares en Europa, encontrando
el equivalente a las líneas ley, al que ha denominado líneas de Alaise; en este
caso, la imagen que da este entramado es la de una telaraña, irradiando desde
la antigua Alesia y conformando una curiosa red de “meridianos” y “paralelos”.
Parece bastante claro que estos descubrimientos están íntimamente relacionados
entre sí, y a su vez con una red mundial de energía que circunda el planeta.
Si, aparentemente, los términos ley y Alaise parecen tener una misma raíz,
¿estamos hablando de un idioma común para definir todas estos descubrimientos?
No cabe
duda de que esta telaraña telúrica ha ejercido una influencia muy poderosa en
la humanidad: si en las culturas orientales ha sido de alguna manera identificada
con el dragón y su potencial regenerador, en las culturas occidentales también
se han aprovechado sus características a lo largo de la historia, desde el megalitismo
hasta nuestros días (pensamos en el feng shui y otras corrientes de decoración
basadas en las corrientes de energía): basta con observar lugares de poder como
el antiguo Oráculo griego de Delfos, la Sibila de Cumas, etc.
Como se
puede comprobar, el conocimiento redescubierto de estas líneas de energía
telúrica ha acompañado al ser humano desde siempre: una vez un lugar ha sido sacralizado,
todas las culturas que se han asentado en sus cercanías lo han reutilizado para
sí mismos: donde inicialmente se erigía un megalito, posteriormente se elevaría
un templo a Ceres, Atenea o cualquier otro dios, y más tarde alguna iglesia,
catedral, capilla o ermita; o al menos, una cruz de piedra para “cristianizar”
el foco. Y así hasta nuestros días…
¿ESPECIE
REAL?
Siempre se
ha dicho que los dragones eran unas criaturas míticas, inventadas por personas
de fértil imaginación; sin embargo, y a pesar de esta explicación simplista y demasiado
general, cabe la posibilidad de que tras la leyenda se esconda una especie real,
quizás perfectamente conocida, quizás extinguida; no olvidemos, por citar un
breve ejemplo, que después de que Marco Polo diera una descripción muy exacta
del caimán chino, un imaginero medieval lo plasmó con alas y cabeza de
serpiente al final de la cola…
Evidentemente,
el dragón clásico como tal es bastante probable que no haya existido, sino que
se trate de la manipulación de otra figura no excesivamente distinta. Pero,
¿Cuál? Evidentemente, las especies actuales conocidas no se ajustan a esa
imagen, lo cual nos lleva a plantear una hipótesis de base: o se trataba de una
especie que se extinguió, o fue inventada para explicar o racionalizar
acontecimientos cósmicos o telúricos, fenómenos terrestres o estelares desconocidos,
como eclipses, erupciones volcánicas, terremotos, etc.
Supongamos,
siguiendo esta hipótesis, que realmente existió una criatura que excitó la
imaginación del ser humano y con la que éste luchó en múltiples ocasiones. ¿Cuál
podría haber sido dicho ser?
En
principio, lo que parece más evidente es que estamos ante la transposición de la
lucha del hombre, en una remota antigüedad, con dinosaurios, los grandes
reptiles de la era Mesozoica o Secundaria; pero esta teoría choca de frente con
dos escollos fundamentales: que según la arqueología oficial, el hombre como
tal no convivió con tales criaturas, y que se extinguieron hace 65 millones de
años. ¿Cómo encajar semejante contradicción? Sólo hay una manera si queremos
pensar así: que algunos dinosaurios sobrevivieran a la extinción masiva en
determinados lugares del mundo. Y no se piensen que se trata de una broma,
porque ahí están las investigaciones abiertas sobre el mokele m’bembe del
África Central, el monstruo del Lago Ness y sus “primos” de otros lagos del
mundo, los supuestos pteranodontes que podrían anidar en determinadas montañas,
las representaciones gráficas de los babilonios acerca del sirrush (una
criatura a la que tenían escondida en una habitación), el piassa de los indios americanos,
las últimas investigaciones acerca de la relación entre el mítico grifo y ciertos
dinosaurios …
Aunque tal
vez no sea necesario recurrir a los grandes señores del Secundario para
explicar la presencia de los dragones: en las islas del Índico existe un reptil
en peligro de extinción que podría responder a la imagen de las criaturas
míticas, y es el varano o dragón de Komodo: de enorme tamaño, su aspecto
resulta lo bastante draconiano como para intimidar a cualquiera; si además le
añadimos que en estado salvaje es muy feroz y ataca a las primeras de cambio,
podríamos suponer qué pensarían los hombres de las antiguas culturas al
tropezarse de cara con un lagarto inmenso que se les venía encima; ahora bien,
esta explicación también tiene un pero, ya que presupondría el hecho de que las
viejas civilizaciones estuvieron interconectadas entre sí, y que viajaron por
todo el mundo para expandir sus ideas, cosa que los historiadores actuales
distan mucho de admitir por completo…
Más
cercanos en el espacio estarían los cocodrilos, auténticos dinosaurios supervivientes
de la extinción de sus primos mayores; los mayores eran los del Nilo, en Egipto,
auténticos monstruos y terror de los habitantes de la ribera del gran río; pero
ya que existen también caimanes, gaviales, aligátores, yacarés y otras
subespecies repartidas por todo el mundo, no sería necesario pensar en el cruce
de culturas; sin embargo su apariencia, aunque verdaderamente terrible, no
parece lo suficientemente adaptada a la imagen tradicional que se tiene del dragón…
Pero
claro, ¿qué pensar de la variante de gran serpiente o gusano atribuida al dragón?
¿Cómo entenderla dentro de la posible realidad de un mito, cuando está tan alejada
de la imagen tradicional del reptil gigante? ¿Acaso estamos ante los recuerdos de
la pervivencia de grandes criaturas ofídicas o vermiformes hasta tiempos muy recientes?
Quizás para poder racionalizar esta idea debamos recurrir a otro misterio, el Gusano
de la Muerte
de Mongolia, una criatura extraña, especial, con apariencia vermiforme y que
parece tener la “mágica” cualidad de matar a distancia. Al parecer vive en el
sur del desierto de Gobi, y el nombre que los lugareños le dan es allghoikhorkoi
o allergohai-horhai, términos que significan gusanos-tripa, por su semejanza con
los intestinos de la vaca. Ha sido descrito como un inmenso y gordo gusano de 1 a 1,5 m., de color rojo oscuro
moteado; su piel es suave, y posee extrañas protuberancias en ambos extremos de
su cuerpo, sin apreciarse cabeza, ojos, orificios nasales ni boca; pasa la
mayor parte del año escondido bajo la arena, y reaparece en los meses de junio
y julio, y cuando llueve. Se desplaza con un movimiento serpenteante, y al
parecer suele aparecer donde crece el goyo, una planta parásita de nombre
científico cynomorium songaricum y forma alargada, cuyas raíces contienen
saxaul, una sustancia muy venenosa.
Siempre
según las descripciones de los testigos, cuando esta criatura ataca deja la
mitad de su cuerpo dentro de la arena, inflándose para, por uno de sus
extremos, segregar burbujas de veneno que lanza incluso hasta a medio metro
sobre su víctima, tornándola amarilla como si hubiera sido atacada por un
ácido. Aparentemente este veneno es tan poderoso que la propia piel del gusano
se vuelve venenosa, matando por simple contacto.
Sin
embargo, hay otro detalle curioso respecto a este animal: parece ser capaz de matar
a distancia, sin contacto de ningún tipo con su víctima. Para explicar esta situación,
algunos investigadores especulan que se trate de un “gusano”, pues ni siquiera
están seguros de que pertenezca al orden de estos animales, con capacidad, como
los gimnotos o las anguilas eléctricas, para lanzar poderosas descargas capaces
de paralizar el corazón de un caballo o un camello.
Dentro de
estas especies serpentiformes, nos encontramos con otros misterios relacionados,
como son, entre otros, el tatzelworm o serpiente gigante de los Alpes, o una
misteriosa serpiente gigante con cuernos y pelo en el cuello que viviría en la cordillera
del Atlas…
En
cualquier caso, hay un pequeño problema añadido a este análisis: con excepción
de los extintos dinosaurios voladores, todas las demás criaturas son
terrestres, ninguna posee alas; así pues, ¿de dónde surge la idea del vuelo del
dragón?
Resulta
curioso comprobar cómo los “especialistas” han intentado demostrar la existencia
real de esta criatura aparentemente mítica y, sobre todo, cómo era posible que pudiera
hacer las cosas que hacía: así, en 1658, Edward Topsell, en su “Historie of Serpents”,
es capaz de, siguiendo a Plinio, hablar sobre las diferentes especies de dragones
que viven en la India
y las describe con precisión, así como las propiedades medicinales que poseen:
la grasa cura las úlceras, la cabeza el estrabismo, la lengua encurtida en vino
protege contra íncubos, súcubos y pesadillas…
Carl
Sagan, en “The Dragons of Eden”, es más comedido: para este conocido científico,
los mitos acerca de estos seres representan una especie de “memoria fósil”, un
recuerdo atávico de nuestros antepasados, que debían competir con esas criaturas,
algo parecido a los archivos akáshicos de los que hablan ciertas corrientes
esotéricas. Desde este punto de vista, la humanidad accede a un banco de
memoria general del que extrae la información para generar sus leyendas. No es
una mala teoría para explicar ciertas tradiciones, sin embargo no existe prueba
alguna de que esa memoria exista.
Sin
embargo, el premio a la interpretación de los dragones y sus características físicas
se lo lleva, sin duda alguna, Peter Dickinson. En 1979 escribió “The Flight of Dragons”,
un ensayo “científico” en el que especulaba acerca de cómo podría volar una criatura
como ésa. En sus primeros cálculos, basándose en la aerodinámica y en que un dragón
podía pesar alrededor de 9.000
kg. y poseer la capacidad de elevación de un abejorro,
concluyó que la envergadura alar tendría que haber sido de… ¡180 metros! No contento
con esta conclusión, elucubró después con la posibilidad de que la mayor parte de
su cuerpo estaba hueca y llena de un gas más ligero que el aire. Sugirió que en
su interior se producían complejas y aparentemente imposibles reacciones
químicas mediante las que se generaba hidrógeno a partir del calcio de los
huesos, que a su vez se autoregenerarían mediante la ingestión de piedra
caliza. El exceso de hidrógeno se quemaría en otro proceso en la garganta del
animal… Si pudiese ser considerada válida, esta teoría sería capaz de explicar
tanto las historias acerca de la sangre venenosa como la ausencia de restos
fosilizados: cuando el dragón moría, el mecanismo de control dejaba de
funcionar y toda la estructura se corroía. Sin embargo, y a pesar de que las explicaciones
químicas que aporta son científicamente absurdas, hay un detalle que parece
contrastarla: en julio de 1968, un lugareño en Irlanda habló de un dragón o monstruo
marino que había sido hallado una generación antes en una alcantarilla próxima
al lago Derrylea, en Cross (Country Clare). Al parecer, había quedado atrapado y
terminó por “derretirse”.
Y, con
todo, la cosa no se queda meramente en intentar explicar la omnipresente figura
del dragón mediante animales conocidos o no, sino que se va más lejos: por ejemplo,
hay quien interpreta el mito como la imagen de fenómenos cósmicos tales como
eclipses, cometas, etc. Para ello, los que siguen esta teoría se basan en las tradiciones
que ya hemos comentado acerca del dragón devorador del sol, y en expresiones
como las de Geoffrey de Monmouth, quien, en el s. XII, describe la “estrella de
maravillosa grandeza” como que “era semejante a un dragón, de cuya boca salían
dos rayos, uno de los cuales era de tal magnitud que parecía alcanzar las
regiones de la Galia”.
Hay otra
teoría en torno a esta figura, basada en las hipótesis de Immanuel Velikovsky,
uno de los propulsores de la teoría del catastrofismo: la historia del planeta Tierra
no es una secuencia evolucionista, sino que los cambios se producen en base a cataclismos
que el planeta ha ido sufriendo cada cierto tiempo. Así, Velikovsky, en su libro
“Worlds in Collision” (1947), propugna que el planeta Venus no pertenece al sistema
solar, sino que era un cometa que entró en el radio de acción del Sol y que a consecuencia
de ello, tras pasar muy cerca de la
Tierra y provocar en ella desastres y calamidades sin cuento,
se estableció en la órbita que actualmente ocupa. Éste, a su vez, utiliza mitos
aztecas, sirios y babilónicos, que hablan de Venus como la “serpiente emplumada”,
terrible dragón que estuvo a punto de causar la destrucción de la Tierra con fuego y grandes
inundaciones… Aunque es cierto que esta hipótesis explicaría por qué Venus es
el único planeta del Sistema Solar con rotación inversa al resto, no explica cómo
es posible que la relación de distancias de los planetas al Sol estuviese
“quebrada” hasta los tiempos históricos, en los que Venus ocupó su lugar
matemático exacto. Al fin y al cabo, entre Marte y Júpiter, donde debería haber
otro planeta, hay un cinturón de asteroides; pero al parecer donde está Venus
no había absolutamente nada…
EL DRAGÓN EN
LA LITERATURA
Pocas
criaturas han aparecido más a menudo en la literatura fantástica de todos los
tiempos que el dragón; como hemos visto anteriormente, las epopeyas más
antiguas ya relataban las colosales luchas que los héroes debían enfrentar para
poder derrotar a estos letales seres. Estos grandes reptiles se deslizan a lo
largo de la historia, pasando por la Edad Media, época en la que conocerán un gran
auge merced a las gestas de los grandes paladines de las novelas de caballerías
y las incipientes exploraciones de África y Asia, y por otras épocas como el
Renacimiento, hasta nuestros días, momento en que se produce la mayor eclosión
literaria en torno a estas criaturas. Como ejemplo, baste citar, entre otros, la Biblia de Winchester, del
siglo XII, en la que ya aparecen imágenes de dragones, el Bestiaire de
Guillaume le Clerc de Normandie (1210-1211), donde el dragón lucha con el
elefante que representa a Adán, las Mil y Una Noches, narraciones orientales, o
los cuentos tradicionales infantiles de Perrault, los hermanos Grimm, Andersen,
etc.
La
imaginería relacionada con estos animales míticos ha utilizado los tres aspectos
que ya contemplábamos al principio de este artículo, aunque adaptando cada autor
ciertos rasgos propios:
-
La
figura más usada con diferencia es la tradicional, la del reptil gigante alado que
arroja llamaradas de fuego, aunque cada escritor muestra sus propias salvedades;
así, Michael Moorcock, en su ciclo de Elric de Melniboné, habla de unas
criaturas aladas que escupen ácido y que deben descansar un largo tiempo antes
de volver a lanzarse al ataque; Anne McCaffrey en sus relatos de Ciencia Ficción
hace que sus dragones se alimenten de pedernal, que se combina con los ácidos
de su aparato digestivo para producir fosfinas venenosas; Valle-Inclán trata
también el tema, aunque de forma más infantil, en “La Cabeza del Dragón”…
Pero es
Tolkien el que inaugura realmente el aspecto del dragón occidental, aunque sea,
paradójicamente, el autor que menos lo usa: en su obra “El Hobbit” nos presenta
al único gran reptil que aparecerá en la Tierra Media, Smaug,
el Guardián del Tesoro, mientras que en “Egidio, el Granjero de Ham”, mostrará
.
A raíz de
este escritor, la fantasía épica tendrá tal auge que se creará todo un mundo
nuevo, el de “Dungeons & Dragons” (Dragones y Mazmorras), con todas las
secuelas posteriores: Margaret Weis y Tracy Hickman con el ciclo de la Dragonlance o el ciclo
de la Puerta
de la Muerte,
Terry Pratchett en su hilarante “¡Guardias! ¡Guardias!”, R. A. Salvatore en el
ciclo de Bedwyr y, ocasionalmente, en el ciclo del Valle del Viento Helado
(Icewind Dale Trilogy), Michael Reaves con “El Último Dragón”, y múltiples
autores de la extensa serie de los Reinos Olvidados, por no olvidar, entre
muchos otros, a Robert Jordan, Nancy Varian Berberick, Mary Kirchoff, Rose
Estes… Incluso Stephen King, el conocido escritor de terror, se subirá a este
carro con “Los Ojos del Dragón”, aunque en este caso no hay lucha con el
monstruo, sino que toda la narración se contempla prácticamente a través de los
ojos de uno de los protagonistas, que contempla la historia a su vez a través
de la cabeza del dragón que mató su padre tiempo ha…
En
general, y salvo en algunos casos contados de los ya citados, la figura dragontina
mantiene un esquema prácticamente idéntico: gran reptil alado, inteligente, en
ocasiones capaz de hablar, la primera criatura que la magia engendra en la
tierra y a la que dota del mayor poder de todos exceptuando el divino, y que
según su color puede escupir ácido, rayos, gas venenoso, escarcha o el
tradicional fuego. Puede ser blanco, negro, rojo, azul, verde, dorado, plateado…
Por su propia naturaleza emana de su cuerpo lo que algunos autores denominan el
miedo al dragón, una especie de exudación o sensación que paraliza a sus presas
de terror para devorarlas a placer. Al mismo tiempo, estas criaturas
evolucionan para dar lugar, como ya dijimos anteriormente, hacia seres como los
wyrms y los wyverns, más pequeños, o los dracolichs; e incluso de su corrupción
pueden surgir criaturas como los draconianos o los dracs… En algunos casos los
dragones pueden, entre otros poderes inherentes a su naturaleza, transformarse
en otras criaturas, sobre todo seres humanos.
R.E.
Howard prescinde de esta imagen habitual y muestra, en “Clavos Rojos”, la figura
del dinosaurio (estegosaurio) superviviente de épocas pretéritas como sinónima
de dragón. Posteriormente, esta figura la mantendrán los continuadores de su
personaje Conan (Bjorn Nyberg, L. Sprague de Camp, Lin Carter…) en relatos como
“La Luna Roja
de Zembabwei”, “Sombras en la
Calavera”, “Conan de las Islas” o “Conan el Vengador”.
También
aparece el dragón en el ciclo de Lhork, aunque sus connotaciones son ligeramente
distintas: en el relato “El Despertar del Linkur”, de Francisco Javier Hernández,
simplemente se lo menciona como animal de poder del imperio chino, que inunda
con su “magia” al héroe Logan de Khitai.
-
En lo
que respecta al dragón oriental, hay un ejemplo notorio en Michael Ende, en “La Historia Interminable”:
Fuyur, el dragón de la suerte que ayuda a Bastián en sus aventuras.
-
La
figura del Gran Gusano o Gran Serpiente está presente también en la obra de R.
E. Howard (“El Valle del Gusano”, “La Guarida del Gusano de Hielo”, “El Aposento de los
Muertos”, “Abismo Negro”, “Más Allá del Río Negro”, “La Ciudadela Escarlata”),
aunque a veces se confunde con los mitos primigenios lovecraftianos acerca de
las criaturas subterráneas de la oscuridad, como Tsathoggua o Nyarlatothep y
sus acólitos (Thog en “La
Sombra Deslizante”, las cosas de “La Maldición del Monolito”
o “La Piedra Negra”);
incluso llega a adoptar las tradiciones orientales acerca de las nagas, y
utilizarlas en historias como “El Dios del Cuenco”, aunque despojadas de su
cualidad de guardianas de los tesoros terrestres y convertidas en meros
esclavos del villano Thot Amon.
Sin embargo,
si queremos buscar una relación más evidente todavía con el mundo del dragón,
no tenemos más que leer “La Serpiente Ouroboros”, de Eric Rucker Eddison, o “La Guarida del Gusano
Blanco”, de Bram Stoker.
EL DRAGÓN EN
EL CINE
Al
contrario que en la literatura, donde la variedad de formas y actitudes es muy amplia,
en el mundo de la gran pantalla los dragones han conservado su imagen más tradicional
en occidente, la del gran lagarto alado escupefuego, con salvedades como “La Historia Interminable”,
adaptación del libro del mismo título en la que el animal adopta el típico
aspecto oriental de gran serpiente voladora, pero eso sí, no parece una serpiente,
sino más bien un peludo perro de raza basset...
Así, la
principal variación que esta criatura ha sufrido en el cine ha sido la de su actitud:
-
En
algunos casos, el cine ha mostrado criaturas tremendamente feroces; unas, como
es el caso de “Dragones y Mazmorras” o “Willow”, de origen mágico, y otras,
como “El Imperio del Fuego”, simplemente animales antediluvianos brutales,
sangrientos, desprovistos de toda magia y cuyo único poder reside en sus
llameantes fauces. Igualmente feroz, aunque arropado en la mística esotérica de
las sagas germánicas, se halla el Fafnir de la adaptación a la gran pantalla de
“El Anillo de los Nibelungos” de Fritz Lang.
Resulta
curioso comprobar cómo en el primer título citado en el párrafo anterior se
produce un hecho sorprendente del que no se sabe a ciencia cierta si achacarlo a
la imaginería actual, o que proceda de los tiempos más antiguos: me refiero al hecho
de que los dragones son los guardianes de la magia, cuantos más haya más poderosa
será ésta, y cuanta más sangre de dragón se vierta más esterilidad se extenderá
por el mundo… No pululan alegremente por todas partes, sino que han de ser
convocados por los magos.
Dentro de
este encuadre podemos citar también la adaptación cinematográfica de una
conocida leyenda griega, “Jasón y los Argonautas”, donde el dragón aparece representado
como una terrible hidra que mata a todo aquel que se acerca al mítico Vellocino
de Oro. En esta historia se refleja muy bien el carácter regenerador de esta
criatura desde el momento en que el rey Aetes hace brotar de la tierra, a
partir de los dientes del dragón muerto, unos esqueletos guerreros…
-
En
“Dragonheart” I y II, se retratan reptiles de corte medieval cuya única ambición
es vivir tranquilos y sin sobresaltos, sin que ningún caballero pesado y con
ganas de medrar en el reino aparezca para importunarlos. Concretamente en la
primera, la imagen del animal queda muy poco lograda, dando una sensación más
bien pobre.
-
El
cine de animación se especializa básicamente en adaptaciones simpáticas como
las de “Shreck” o “Pedro y el Dragón Elliot”, filmes en los que estos seres son
benignos y con un gran corazón, aunque en ocasiones, como en “La Bella Durmiente”,
regresa a la vertiente malvada y feroz. Sin embargo, hay otras películas,
básicamente en el sector de animación, que rompen esa tónica general de
maniqueísmo y muestran unos reptiles entre indiferentes y beligerantes o incluso
cómicos, con la excepción del protagonista, como apoyo comparsa del héroe.
OTROS
DRAGONES
El mundo
de la mitología dragontina ha saltado a todas las áreas de la cultura popular;
no se conformó con quedarse en las páginas de los libros, o pasar por la pantalla
de cine, sino que entró de pleno y con una fuerza arrolladora, igual que lo
había hecho en otros campos, en medios de comunicación como la televisión y
formas artísticas como los cómics.
Al igual
que en la literatura, la imagen que se refleja de estos grandes reptiles es muy
variable, ateniéndose en lo básico a los tres grupos que se han hecho al
principio de este artículo:
-
El
dragón tradicional es el que más juego da: así, una conocida serie de animación
como “Dragones y Mazmorras”, que no debemos confundir con la relativamente
reciente película del mismo título, lleva a la pequeña pantalla todo el mundo
de los mitos y seres creados tras la gran eclosión de la fantasía épica para el
mundo del rol, del que además ambos tomaron el título: “Dungeons & Dragons”.
De la misma manera, podemos observar los grandes reptiles de corte occidental
en series más recientes como “El Duelo” (“Yu-Gi-Oh”) u “One Piece”, aunque en
este último caso las escamas han sido sustituidas por un denso pelaje.
También
aparece un dragón (bastante flojito, eso sí), aunque sólo al final de la miniserie
de Telecinco “El Viaje del Unicornio”, como guardián de los reinos mágicos: al
morir, todas las criaturas del mundo de las hadas, cuyos reyes son Titania y Oberón
(tomados de las tradiciones anglosajonas, y concretamente de Shakespeare en “El
Sueño de una noche de verano”) quedan expuestas a la destrucción por parte de
los malignos trolls.
En el
mundo de los cómics podemos destacar, entre otros muchos otros, las adaptaciones
que se han hecho de “El Hobbit” (Tolkien), del ciclo de Elric de Michael
Moorcock, la serie de animación “Dragones y Mazmorras” ya citada con
anterioridad, o el ciclo de la
Dragonlance que también ha sido mencionado, amén de multitud
de obras entre las que podemos nombrar “The Black Dragon” de Bolton, la
colección de cómics de Marcel dedicada a Thor con las apariciones de diversos
dragones, incluida la serpiente de Midgard, o, en nuestro país, las historias
del Capitán Trueno o El Jabato en las que aparecen “dragones” muy sui generis...
Una de las
series de cómic que brilla con luz propia es la de Conan, de R. E. Howard: los
guionistas adaptan la obra del escritor norteamericano e insertan en gran parte
de las historias dragones que no son otra cosa que dinosaurios escapados de la
aniquilación de la era Secundaria; algunos de estos seres incluso brotan de
invocaciones y hechizos mágicos… En este caso, la amalgama es monumental,
cruzándose tanto los reptiles de corte oriental como las grandes serpientes o
gusanos, pero prácticamente siempre manteniendo la idea anteriormente citada de
criaturas físicas no extintas, exterminadas por un buen golpe de hacha o
espada.
-
Una
buena adaptación de la imagen oriental del dragón la podemos encontrar en la miniserie
“El Viaje a Occidente”, en la que aparecen las grandes serpientes voladoras sin
alas, aunque en este caso son malignas y atacan al protagonista y al Rey Mono.
Pero en este caso también está la vertiente benigna, y ahí tenemos, sin ir más
lejos, al dios-dragón de la serie de animación “Bola de Dragón”, extraída del
cómic del mismo nombre, que encarna de forma más o menos premeditada la imagen
de la criatura guardiana, energía pura que se condensa con la invocación
correspondiente para conceder deseos al primero que se los pida…
Esta idea
se desdibuja notablemente en series de corte mitológico clásico como “Xena” o
“Hércules”: en uno de los episodios de Hércules se produce el combate ya
comentado en este artículo contra un dragón marino, de apariencia serpentiforme,
para la liberación de la princesa Andrómeda, aunque modificado para adaptarlo a
la serie.
-
Sin
embargo, no encontramos el mundo de los grandes reptiles meramente en los cómics
o las series de televisión, sino que trasciende mucho más allá, alejándose cada
vez más de la simbología tradicional y desdibujándose hasta quedar convertido
en una mera criatura de enorme poder: basta con ver cómo se infiltra en los
videojuegos, en los juguetes de los niños y, últimamente, hasta en los móviles…
CONCLUSIÓN
Como hemos
podido comprobar, la influencia del dragón en el mundo es absoluta: su
simbología es tan notoria y poderosa, y la propia criatura en sí resulta tan elegante
y armoniosa en la mayoría de los casos, que ninguna de las artes o tradiciones ha
podido resistirse a su influjo y ha caído en las redes de una criatura que
combina a partes iguales bondad y maldad, vida y muerte. El inmenso poder del
gran reptil ha hecho tanto soñar como temer a la humanidad hasta nuestros días,
y nada hace presagiar que esta situación vaya a cambiar: la imaginación del
hombre va más allá de la realidad, y, tanto si han existido como si no, tanto
si se trata de reflejos de nuestros anhelos y religiones como del efecto de
brotes de energía telúrica o animales reales extintos o no, necesitamos creer
en mundos y seres que trasciendan nuestra propia vivencia, que estimulen
nuestras ilusiones y anhelos: dragones, hadas, dioses…
Fuentes de
información:
“El Planeta
Incógnito”, Peter Kolosimo, edit. Plaza & Janés, col. Realismo Fantástico, nº
3
“Lo
Inexplicado”, editorial Delta.
Revista
“Enigmas”, año IV nº 2
Mitología Asturiana en Internet
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