Más Erre.- Alfonso VI de León estaba nervioso, y no era para
menos: frente a él, en la iglesia de Santa Gadea, llena de gente hasta el
gallinero, se alzaba, orgulloso y altanero, Lhorkdrigo Díaz de Vivar, al que la
sabiduría popular conoció bajo diferentes apodos: Cid Campeador, Cid Cabreador,
y Cid Campealhork. Campeador porque campaba a sus anchas por toda la península,
ora zurrando la badana a los infieles, ora a los cristianos; Cabreador porque
tenía contentos a todos los emires de los reinos de Taifas, amén de algunos
nobles castellanos; y Campealhork, porque era un lector empedernido y voraz de
las revistas del Círculo, amén de un tragador tremendo de LhorkRioja.
- Mirad Lhorkdrigo, que esto no ha de ir a ninguna
parte.- Se disculpaba el monarca en voz baja. -Que habéis de mosquearnos con
esta chorrada del juramento, y nos estamos dispuestos a cortar por lo sano.
-Mirad mi señor, que debéis jurar para demostrar
vuestra inocencia en este asunto.- Insistía el Cid, mirando ceñudo a Alfonso
VI. -Pensad, majestad, que un grave problema a todos los niveles, y que de esto
podría salir una insurrección armada.
Los murmullos de la gente por lo bajo, algunos de
los cuales llegaban claramente a oídos de los dos hombres que se hallaban ante
el altar con expresiones como "Que fastidio", "Seguro que el
rey la mangado macanuda", o "Mira que es pesado este
Lhorkdrigo", hicieron que finalmente el monarca recapacitara y aceptara
hacer el solemne juramento.
Además, alguien vestido de negro de los pies a la
cabeza, al fondo de la iglesia, había comenzado a gritar "¡Que empiecen
ya, que el público se va!", y ahora, poco a poco, toda la gente congregada
empezaba a hacerle coro entre gritos de "Alfonso, ¡jura ya!" y "¡Que
se peguen, que se peguen!".
-Muy bien, Lhorkdrigo.- Admitió de mala gana. -Nos
estamos dispuestos.
Así pues, acallando los enfervorecidos gritos de la
multitud congregada, depositó la palma de la mano sobre las Sagradas
Escrituras, las Crónicas de Trados, y se dispuso a hablar.
-Nos, en este día de gracia, juramos ante toda la
cristiandad que no hemos mandado emisarios por toda Castilla en busca de todas
las revistas del Círculo para secuestrarlas y guardarlas bajo siete llaves.
"Juramos solemnemente que bajo nuestras órdenes
no se han saqueado las bodegas del reino en busca de las cosechas de LhorkRioja
que sabemos se cultivan por estos lares, para aprovecharnos del buen vino del
Círculo.
"Y para que esto conste como veraz y auténtico,
juramos con nuestra mano puesta sobre las Escrituras más Sagradas, las legendarias
Crónicas de Trados, los textos que nos legaron aquellos que nos precedieron en
la excelsa labor del predicamento del Círculo.
Sonriendo mientras asentía con la cabeza, Lhorkdrigo
se volvió hacia la multitud.
-Podéis ver, pueblo de Castilla, que el juramento ha
sido hecho.- Gritó jubiloso. -Ahora, yo personalmente buscaré a los responsables
de tamaña felonía y les castigaré como se merecen: nadie atenta contra el
Círculo y queda sin castigo.
Con murmullos de aprobación y admiración hacia la
gallarda figura del Cid Campealhork, la gente salió ordenadamente de la
iglesia.
-Bueno, y ahora, majestad, ¿os hace un poco de
LhorkRioja?- Inquirió burlón el guerrero.
-Venga, Lhorkdrigo.- Admitió el monarca alegremente,
dándole una palmada en la espalda. -Brindemos por nuestra inteligencia. ¡Ja!,
cómo se han dejado engañar esos pobrecillos.
-Sí, menos mal que nos dio tiempo a cambiar las
Crónicas de Trados por la guía telefónica.- Corroboró el Cid. -Si llegan a
darse cuenta, nos linchan.
Mientras hablaban, salieron de la iglesia y se
dirigieron al palacio. Una vez allí, les sorprendió no ver a nadie de guardia.
Con una funesta premonición, corrieron hacia los
almacenes reales y abrieron las puertas de par en par; al fondo, una puerta
secreta estaba abierta, lo que hizo que sus sospechas se acrecentaran.
Al final de unas lóbregas escaleras, el espectáculo
era dantesco: Toda la guarnición del palacio estaba tirada por los suelos,
durmiendo la mona o cantando "Asturias Patria Querida". En un rincón,
los más sobrios se desternillaban de risa mientras leían las revistas del
Círculo.
-¡Ay, Lhorkdrigo!- Se lamentó Alfonso VI. -¡Que nos
tememos que nos hemos precipitado en nuestra celebración!
Jose Francisco Sastre
García
Nota de la redacción: Parece que nuestro ex-articulista no se cansa de
escribir tonterías acerca del Círculo de Lhork. En esta ocasión, mientras todos
estábamos atareados preparando la impresión de la revista con todas las ventanas
abiertas, pues hacía un calor del diablo, algo entró volando por una de ellas:
eran varios aviones de papel, volando en formación, que dejaron caer sobre mi
persona unos objetos que llevaban el escudo del Círculo:
ni más ni menos que unas cápsulas que, al llegar al suelo, se abrieron y
dejaron salir unas pequeñas pancartas que decían "¡BOUUUM!".
Atrapados los aparatos de papel por nuestros
vigilantes, descubrimos que estaban escritos y los desdoblamos, encontrándonos
con el artículo que acaban Vds. de leer.
Por su bien, y por el de todos, espero que la
policia dé pronto con ese chalado que cree seguir siendo un articulista del New
Lhork Herald Tribune.
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