Más Erre (¿Cuántas van?).-
Bufalhork Bill se acercaba al teepee de Caballo Lhorko. Invitado por su viejo
amigo de juergas, se sorprendió al oír los estruendos, gritos, explosiones y
demás ruidos que salían de la cabaña. Sacando su revólver, entró
precipitadamente en la tienda, para ver al gran jefe indio cómodamente sentado,
con una pantalla de televisión delante y un extraño trasto entre las manos, que
aporreaba furiosamente.
-¿Qué es ese ruido infernal? -exclamó asombrado.
-Tranquilo, Bill -Le aconsejó el indio-. Este es el
último invento de vuestros sabios: lo llaman consolador, o algo por el estilo.
Sirve para distraerse mirando la caja de imágenes y ordenando a las figuritas
que hagan una serie de cosas con esto -Levantó una especie de pitillera plana,
con varios botones de brillantes colores-. Muy divertido.
-Pensaba que alguien te estaba torturando.
-Pero siéntate, por favor. Mientras hablamos
tranquilamente, pediré al camarero un par de JB.
-¿Te has enterado de lo de Custer? -Le comentó
Bufalhork Bill-. Está empeñado en echar del Círculo a todos los indios,
empezando por Toro Sentado.
-Y Toro Sentado está empeñado en llegar a ser el
presidente del Círculo -Dijo a su vez el indio-. Me temo que esto puede
terminar muy mal.
-Lo peor de todo van a ser los costos -Ratificó el
veterano explorador-. Los seguros tendrán que pagar un montón de dinero por los
destrozos de material, y la
Administración tendrá que gestionar un montón de pensiones de
viudedad y heridas de guerra. Los funcionarios, desde luego, no van a estar
nada contentos con tanto trabajo.
-Si pudiéramos hacer algo para evitar esta guerra...
-Tal vez podamos infiltrar algún topo en las líneas
de ambos contendientes -Bufalhork Bill estaba pensando en un diabólico plan-.
¿Qué se sabe de aquel extremista chiflado que vestía siempre de negro? Era un
tal Mululu, o algo así.
-Precisamente ése está infiltrado en las filas de
Custer -Aseguró Caballo Lhorko-. Y sembrando cizaña, en lugar de calmar los
ánimos.
-¡Porras! -Exclamó el soldado-. Pero vamos a ver:
¿de qué lado está ese tipo?
-Cuando lo sepas, me lo dices -Sugirió el indio-.
Siempre anda por ahí metiendo el cuezo. Lo último que sé es que entre él y
Javierix consiguieron encontrar a Curro y devolverlo a su sitio, a la Expo 92. Eso sí -sonrió-,
después de cargarle a base de bien de cerveza y martinis.
-¿Entonces, le han despedido de su puesto de
trabajo? -Se sorprendió Bill.
-Eso me temo. Se pasaba todo el tiempo escondido por
ahí, tumbado a la bartola en el primer paraíso que encontraba, y se había
olvidado de proseguir con los anuncios aquellos de viajes. ¿Por qué crees que
le salieron tantos imitadores?
-Entonces, volviendo al tema con el que estábamos,
¿no se ve ninguna perspectiva de solución?
En ese momento, un indio entró en la tienda.
-Gran jefe, una delegación de paparazzis está aquí
-Anunció-. Dicen querer hacerle una entrevista acerca de sus amoríos con
Calamity Jane y sus líos con Toro Sentado.
-Díles que se vayan a freír búfalos -Se indignó
Caballo Lhorko, echando con cajas destempladas al emisario.
-¿Calamity Jane? -Se soliviantó Búfalhork Bill-.
¿Qué tienes tú que ver con ella? ¿No me estaréis poniendo los cuernos?
-¡Que va! -Se burló el indio, mirando indeciso a su
amigo-. Esos dichosos periodistas son capaces de cualquier cosa con tal de
conseguir una exclusiva.
-¡A ver si ahora va a resultar que tú y yo vamos a
terminar como Custer y Toro Sentado!
-Venga, no te sulfures -Le animó el indio-. No pasa
nada.
-Bueno, más te vale -Le amenazó el soldado agitando
un dedo ante sus narices-. Tengo cosas que hacer, y no me gustaría tener que
volver aquí con el Séptimo de Caballería.
Con un bufido, salió de la tienda, dejando a Caballo
Lhorko entretenido con su consola.
Un rato después, cuando consideró que Búfalhork Bill
se había alejado suficiente, apagó el trasto y abrió una puerta camuflada al
fondo.
-Ya puedes pasar, querida -Llamó-. Ya se ha ido ese
pesado.
Calamity Jane cruzó el umbral, con la mala fortuna
de tropezar con un armario empotrado, yendo a darse de bruces contra el
escritorio.
-Querida, eso es lo que más me gusta de ti -Aseguró
dulcemente el indio -: tu maravillosa capacidad para saltarte los piños en cualquier
momento y ocasión.
Jose Francisco Sastre García
Nota de la redacción: tras la última entrega de las aberrantes y
delirantes historias de nuestro antiguo articulista, decidimos minar todo el
edificio. A ver si de esa manera conseguíamos deshacernos de él de una dichosa
vez. Pero ni por esas.
Todas las oficinas habían sido reforzadas con rayos
láser que las cruzaban en todas direcciones y a todas las alturas, mientras que
por el suelo, conectadas a la vez que la red láser, habíamos dispuesto minas de
contacto. Sin embargo, cuando la gente acudió por la mañana a preparar la nueva
entrega del fanzine Lhork, se encontraron con el ordenador que una vez ocupó el
Sr. Sastre echando más humo que una olla a express, y la impresora
completamente quemada. Al parecer, el dichoso articulista se había vuelto a colar,
sin saber cómo, y había hecho saltar los plomos de ambos aparatos tras una
infernal sesión de escritura e impresión.
Tras unos minutos de estupor, y después de notar el
frío que nos congelaba a pesar de tener puesta la calefacción al máximo,
conseguimos averiguar cómo había conseguido saltarse nuestras medidas de
seguridad: en el techo del edificio había un enorme boquete, de más de tres
metros de diámetro, justo encima de la mesa de nuestro antiguo articulista. Los
bordes aparecían quemados, como si hubiera usado una potente bomba.
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