sábado, 20 de diciembre de 2014

PIRATAS DEL CARIBE



               THE NEW LHORK HERALD TRIBUNE

                                                PIRATAS DEL MAR CARIBE


¡Venga Erres!- En una taber­na de la Isla Lhorktuga, los más indeseables, los piratas más recios, las gentes más fieras y rabiosas del Cari­be, cantaban a coro ebrios de ron, grog y Lhorkrioja (Una caja entera saqueada a un galeón español camino de las Américas).
"Quince hombres agarra­dos a la botella,
"¡Lhork, Lhork, Lhork, la botella de Lhork!".
Lhork John Silver guiaba con roncos tonos a aquella pandilla de  bergan­tes. Con su eterna sonrisa de cínico, su muleta -boome­rang y su Lhork sobre el hombro (Ya había cambiado el nº 13 por el 45, aunque nadie conseguía explicarse cómo podía tener un número todavía no publicado), aún imponía respeto a pesar de la edad.
De repente, la puerta de la taberna se abrió: una ráfaga de aire entró, apa­gando unas velas, y unas gotas de lluvia mojaron a los más cercanos. En el umbral, una poderosa figura,  corpulenta, de cabellera y barba negras, envuelto en costosas ropas saqueadas a franceses, ingleses y espa­ñoles por igual. Tanto su pelo como su barba estaban  trenzados, y las puntas ardían a fuego lento a causa de las ascuas prendidas en ellas.
-Hola, soy Edu, feliz Navidad[i] -saludó con tonante voz, con un conocido sonso­nete que a más de uno hizo sonreír.
En aquel momento, un niño se asomó por la puerta de la cocina, con un móvil en la mano.
-Eh, que esa frase es mía -exclamó indignado, mientras ojeaba una agenda-. Y ahora estoy con Perú.
-Eh, jefe -interrumpió un pirata malencarado con voz gangosa-, ¿no estamos en Septiembre?
Barbanegra se quedó momentáneamente paralizado.
-¡Rayos y truenos, es verdad! -admitió-. ¡Ya me han vuelto a engañar los loas[ii]!
-Me parece que te toman por el pito del sereno... -sugirió otro pirata.
Antes de que pudiera continuar, resonó un estam­pido en la taberna: el pirata cayó hacia atrás, con un enorme boquete en la frente.
-Capitán Thatch, ¿por qué ha hecho eso? -preguntó  otro de aquellos envilecidos bergantes.
-¡Qué diablos! -exclamó  Barbanegra-. ¡Si no liquida­ra a alguno de vosotros de vez en cuando, me perderíais el respeto!
Con paso firme y bajo la mirada enfurruñada del niño, se acercó a la mesa de Lhork John Silver y se sentó con él, mientras cogía al pasar junto a otra mesa un par de botellas de LhorkRio­ja a pesar de las indignadas protestas de los piratas.
La primera botella cayó de un solo trago.
-¿A qué no adivinas qué sorpresa traigo? -preguntó sonriente, ya con los prime­ros efectos de coz del vino más fuerte del mundo.
-Pues... no -admitió Lhork John Silver, con un encogimiento de hombros.
-En la bodega de mi "Venganza de la Reina Ana" tengo encadenado a Curro -anunció a voz en grito, con una risotada-. Le encontré en las Galhorkpagos, escon­diéndose de los inspectores de Hacienda que le buscan para averiguar de dónde saca tanto dinero para viajes.
-¿Es cierto eso? -se asombró su interlocutor, mirando nerviosamente a su alrededor-. Creo que será mejor hablar en un lugar más seguro. Por ejemplo, en tu barco.
-Si conseguimos sonsa­carle dónde esconde su dinero, podemos jubilarnos de esta dichosa profesión -aseguró Barbanegra torvamen­te.
Ambos personajes se levantaron y abandonaron la taberna dirigiéndose al puerto, envueltos en una terrible tormenta tropical.
Meciéndose en las olas, la imponente figura del "Venganza de la Reina Ana" les esperaba como una inmen­sa sombra maldita.
Cuando bajaron a la bodega vieron que las cade­nas que habían sujetado a Curro estaban vacías; junto a ellas, un pergamino atrajo la atención de Barbanegra, que lo desenrolló con un rugido de furia.
"Estimado colega:
Creo mi deber informar­te que no me gusta la forma que tienes de enriquecerte. Deberías ser más honrado y ganarte la vida, por ejem­plo, como electricista. Por eso, y para ayudarte a buscar un oficio honesto, me llevo a Curro. Hemos llegado a un acuerdo: vamos a irnos los dos a disfrutar de su dinero por todo el mundo. Ni Sevilla, ni el Caribe. ¡Viva yo!
El hombre radiactivo".
Lhork John Silver y Barbanegra se miraron con incredulidad.
-¡Otra vez ese tipejo vestido de negro! -se lamen­tó Ed Thatch, arrojando el pergamino con rabia.
-¡Es más ubicuo que San Lhork de Arenjún! -exclamó Silver, santiguándose.
-¡Pongo a Dios por testigo que no volveré a permitir que se me escape ese perro negro! -juró Barbanegra, el puño alzado por encima de su cabeza.
Jose Francisco Sastre García


Nota de la redacción: Después de comprobar la delirante manera en que apareció este "artículo" en nuestra redacción, hemos decidido que ya estamos hartos de esta situación.
Increíblemente, y a pesar de todos nuestros desvelos y cuidados, cuando llegamos por la mañana a nuestro puesto de trabajo descubrimos que alguien se había dejado encendido un ordenador. Como quiera que ningún guardia de seguridad pareció advertirlo, empezamos a sospechar de ese malhadado articulista que antaño, tiempo ha, engrosó nuestras filas, había vuelto a hacer de las suyas.
Efectivamente, al acercarnos a observar la pantalla pudimos constatar que su rostro nos observaba desde ella, con un gesto medio burlón, medio desafiante. El ordenador no estaba conectado a ninguna red, por lo que aquello debía ser algún protector de pantalla o fondo que había grabado mediante diskette o CD-ROM. De su boca, bajo la forma de un bocadillo, surgía el siguiente texto: "Ja, ja, ja. Mirad si os atrevéis en el cuarto de baño".
Allí, navegando en la bañera llena de agua, nos esperaba un barco pirata. Al abrir la puerta, un cable unido de manera ingeniosa con la maqueta hizo que recibiéramos un cañonazo de pólvora que nos hizo toser. Al acercarnos, vimos que en la cubierta había un fajo de papeles, lo que acaban de leer.
Así que ya estamos hartos. Se pone en conocimiento de todo el mundo que se ofrece una recompensa por la cabeza del Sr. Sastre de diez millones de pesetas, casi vivo o casi muerto. Hay que apartarlo de la circulación como sea.


[i]. Jamaicano de nacimiento, el verdadero nombre del legendario pirata Barbanegra era Eduard Thatch.
[ii]. Los loas son una especie de divinidades tutelares del panteón de vudú haitiano. El principal, o al menos el más conocido, es el Barón Samedi.

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