RAMSES II
EL FARAÓN GUERRERO
José Francisco Sastre
García
En
Egipto se produce un hecho muy curioso: la extraña mezcla de historia y
misterio que se entrecruzan en un intrincado entramado de religión,
arquitectura insólita, personajes fascinantes y eventos aparentemente insólitos
para la época en que se producen, han creado un ambiente de misticismo, de
esoterismo, de fascinación, tan denso, que flota en el ambiente como un velo,
ocultando tras sí hechos y protagonistas del devenir de los tiempos que han
atraído la atención de todos desde muy antiguo: Tutankhamón, Akhenatón,
Nefertiti, Hatshepshut, Keops… Luxor, Karnak, Abydos, Abu Simbel, Kom Ombo,
Dendera, Tebas, Memphis, Sais… Son sólo algunos de la pléyade de nombres
evocadores de arcanos secretos escondidos entre las piedras de una civilización
milenaria.
Entre
los faraones que más han sonado se encuentra Ramsés II, conocido como Ramsés el
Grande o el Rey Guerrero. Sepamos quién fue…
El personaje
El
nombre egipcio que realmente correspondió a nuestro personaje era un poco más
elaborado que el sencillo que habitualmente se utiliza: Usermaatra Setepenra Ramsés Meriamón. Perteneció a la dinastía XIX
de los faraones que gobernaron Egipto, allá por el siglo XIII a.C., siendo el
tercero que gobernaría. Aunque para ser precisos, hay que decir que acerca de
su nombre se han usado multitud de grafías muy diferentes, dependiendo de la
cultura y la época que lo nombrara: para no alargarnos demasiado en este
aspecto, diremos que ha sido conocido, entre otros nombres, por Harmeses
Miammun o Rameses Miammun (Flavio Josefo), Rampses (Julio Africano o Eusebio de
Cesarea), Ozymandias, Rapsakes, Kaedyet, Kanakht, Khakormaat, Nebkhepesh.
Ousirmaatre…
Nieto
de Ramsés I, sus padres fueron Seti I
y la Gran Esposa Real (título que se otorgaba a la principal o primera de las
mujeres del faraón), Tuya; y aunque
al principio se pensaba que había sido hijo único, las investigaciones han
acabado por demostrar que en realidad tuvo al menos dos hermanas y un hermano
mayor llamado Nebchasetnebet, que murió antes de alcanzar la mayoría de edad,
lo que supuso la mayor de las fortunas para Ramsés, que pasó a convertirse en
el heredero al trono.
Su
padre era un hombre de carácter guerrero, militar de profesión, que inculcó
profundamente sus apetencias en el muchacho: desde muy joven recibió una
intensiva instrucción en las artes bélicas por parte de su propio padre, siendo
nombrado corregente a los catorce años de edad; al mismo tiempo, fue también
debidamente instruido por múltiples maestros en las artes y las ciencias. En la
estela de Qubban, erigida en el año 3 de su reinado, se le menciona diciendo: “Tú deviniste en jefe
del ejército cuando eras un niño de diez años”.
La
corregencia le duró un período indeterminado, que oscila entre tres y siete
años. Un año o dos después de su nombramiento, su ascendiente era tal que ya
gobernaba sobre una parte del ejército, siendo descrito en diversas
inscripciones como un “astuto joven líder”. Su fama crecía, y sus padres lo
habían casado ya con Nefertari, matrimonio del que habían nacido cuatro hijos.
Fue
éste un período relativamente tranquilo, sin demasiados sobresaltos por parte
de bandidos o vecinos un tanto molestos, por lo que Seti delegó en su hijo
diversas tareas civiles que consistían, entre otras cosas, en la supervisión de
los trabajos de construcción de los templos y de la extracción de las canteras
del Sur del imperio el material para la edificación.
No
tardarían en comenzar a surgir problemas en las fronteras: Ramsés acompañaría a
su padre en diversas campañas militares. Más adelante, Seti lo nombraría
comandante, y comenzaría una campaña contra el reino de Kush, la antigua Nubia,
durante el octavo año del reinado de su progenitor.
Al
parecer, durante esta campaña el futuro faraón recibió la noticia de que Seti
había muerto: volvió a Egipto, donde llevó a cabo las ceremonias mortuorias de
su padre junto a Tuya, su madre, en la necrópolis de Tebas (situada en lo que
actualmente se conoce como Luxor), a la sazón la capital del imperio, que había
sucedido mucho tiempo ha a Menfis.
Tras
acceder al trono, comenzó a mostrar sus inquietudes militares, llevando a cabo
diversas acciones.
Para
empezar, hubo de enfrentarse a una invasión por el mar: desde el Norte,
cruzando el Mediterráneo, llegaba una coalición de pueblos que pretendían penetrar
en Egipto, conocidos como los Pueblos del Mar o shardanos, de complicada
ubicación, y que se dedicaban a saquear e invadir. Hay quien los hace
responsables de la caída final de los hititas y los micénicos, pero las
investigaciones no acaban de dar un cuadro claro al respecto.
En
cualquier caso, estos temibles atacantes llegaron hasta las costas egipcias,
donde fueron recibidos por la flota del faraón, concretamente en el Delta,
sufriendo una importante derrota: tras la debacle de los piratas, Ramsés
decidió utilizar a los prisioneros en su provecho y los reclutó como soldados
para su ejército. Esta batalla naval se relata en la Estela de Tanis, al igual que la incorporación de los shardanos al
ejército imperial se describe en el Poema
de Pentaur.
Los
hititas habían sido una amenaza desde hacía bastante tiempo: las fronteras
estaban permanentemente amenazadas por la presión de este pueblo, y se hacía
necesaria una resolución drástica; si a ello se le añade que a la muerte de
Seti y el ascenso de Ramsés los invasores pudieron ver en el recién llegado al
trono a alguien más débil que su padre y, por tanto, más fácil de conquistar,
tenemos el caldo de cultivo perfecto para explicar el recrudecimiento de las
hostilidades: los hititas iniciaron numerosas escaramuzas por toda la frontera,
reforzando su posición en las tierras de Retenu (las actuales Palestina y
Siria), que habían capturado al parecer en los tiempos de Akhenatón, lo que
obligó al ejército egipcio a movilizarse.
El
paso previo para recuperar estos territorios, tradicionalmente pertenecientes
al imperio egipcio, fue una expedición a Canaán durante el cuarto año de su
reinado, que se había levantado en armas, en rebeldía contra el faraón, y que amenazaba
con unirse al enemigo hitita. El propio Ramsés iba a la cabeza de las tropas, y
su victoria ante los rebeldes fue aplastante, relatada en las estelas de Eleuteros y Biblos. Los historiadores consideran esta campaña como la
precursora de la gran batalla de Qadesh.
Un
año después de esta expedición, y con los hititas aún creando conflictos en las
fronteras, el rey se embarcó de nuevo en una expedición militar: se dirigió
hacia Siria, en busca del enemigo, con la intención de demostrar de una vez por
todas que no era alguien a quien menospreciar. Una vez llegado al Norte de la
región, a Qadesh, su ejército se encontró frente a frente con el de los
hititas, con quienes se habían aliado los sirios, bajo el mando del rey
Muwatallis II.
En
un principio, según relata la historia, el faraón no hizo caso alguno de los
consejos de sus generales y de su visir, lo que resultó que cayera en una
emboscada y sus tropas se vieran severamente diezmadas en un territorio que
desconocían. Los egipcios huyeron y dejaron a su rey luchando prácticamente
solo contra el enemigo, “guiado por el dios Amón” tal y como aparece relatado
en los monumentos donde puso por escrito su hazaña, como el ya citado Poema de Pentaur y sobre todo el Poema de Qadesh, consiguiendo al final derrotar
a los hititas.
Al
parecer, fue cercado por las tropas enemigas al pie de las murallas de la
ciudad, quienes, creyendo que la victoria era ya suya, intentaron el asalto
final para acabar con el faraón; pero éste, sin amilanarse, cargó contra ellos
y consiguió convertir la derrota en una victoria.
Ésta
resulta una apreciación bastante sesgada, puesto que está contrastado que no
consiguió conquistar Qadesh, así que los investigadores prefieren pensar que no
se trató de una aplastante victoria, como manifiesta Ramsés, sino más bien de
un empate, de tablas, o incluso de una derrota en toda regla.
En
cualquier caso, tras esta batalla los dos reyes decidieron acordar un alto el
fuego y la “promesa” de no interferir cada uno en los territorios del otro: el faraón
regresaría a las Dos Tierras, nombre con el que se conocía por entonces a
Egipto: para los que no conocen demasiado bien este detalle, indicaremos que la
corona que se ve en los grabados es doble, consta de dos piezas, cada una de
las cuales representa al Alto (zona sudanesa)
y al Bajo Egipto (zona del Delta del Nilo).
Una
vez hubo regresado de esta expedición, Ramsés prosiguió con los trabajos de
construcción que había dejado abandonados al tener que embarcarse en las
campañas militares.
El
armisticio entre hititas y egipcios estaba destinado, como suele ser habitual,
a no durar demasiado: a la muerte de Mutawallis, su hijo Mursil y su hermano
Hattusil se enfrentaron entre sí en una brutal lucha por el poder en el imperio
hitita; estas graves disensiones internas eran lo único que necesitaba el
faraón para tomar la iniciativa: para reafirmar el control en aquella zona
destacó guarniciones en distintas ciudades, pero no fue suficiente para que las
hostilidades acabaran: habrían de esperar mucho tiempo, a la llegada al poder
de Hattusil III, que firmaría la paz con Ramsés en el Tratado de Qadesh: por
aquel tiempo, el egipcio ya llevaba en el poder alrededor de 25 años…
La
expansión del imperio no se conformó con el Oriente Medio: las incursiones del faraón
se extendieron por África, concretamente por Libia, donde estableció diversas
colonias y mandó construir unas cuantas fortalezas que vigilaran la llegada de
posibles invasores, creando una extensa línea de defensa que comenzaba en
Racotis (un distrito de Alejandría) y llegaba hasta El Alamein.
El
ambiguo resultado de la batalla de Qadesh sirvió a Ramsés para depurar el
ejército y reestructurar las jerarquías militares: se sacudió de encima a los
altos rangos, y puso en su lugar a sus hijos al frente de los distintos
cuerpos:
- Amenhirjopshef,
su primogénito, fue designado como “generalísimo del ejército” y
“supervisor de todas las tierras del Norte”.
- Ramsés
se convirtió en “primer general de Su Majestad”.
- Paraheruenemef
y Mentuherhepeshef fueron nombrados “general de carros” y se les dio el
título honorífico de “primer conductor de Su Majestad”.
Esta
reestructuración no supuso apenas problemas para el faraón: en primer lugar,
todo el alto mando de las tropas recaía exclusivamente sobre su familia directa,
y en segundo lugar la oposición que podría haber habido se diluyó al comprobar
que todos los mandos que había quitado eran extranjeros, como el general
hurrita Urhiya, su hijo Yupa que heredó el cargo o el general Ramsés-Najt,
personas que había situado su padre, Seti I, en detrimento de la nobleza
egipcia que habitualmente había ocupado dichos puestos.
Asimismo,
creo tropas especiales, de élite, con extranjeros de diversos orígenes: en su
ejército tenían cabida nubios, libios, asiáticos, shardanos… A los que concedió
suficientes privilegios como para que resultaran absolutamente leales al rey.
Se convirtieron en la fuerza principal de las tropas egipcias, hasta el tiempo
que históricamente se conoce como el tercer período intermedio.
Algunos
historiadores especulan con que durante su reinado se produjera el primer éxodo
del pueblo judío, que se narra en la Biblia, bajo la égida de Moisés; según
esta interpretación, la persecución de los egipcios, que acabaría en desastre
en el Mar Rojo, la llevó a cabo Ramsés II, olvidando que este faraón aguantó
muchos años y su muerte no fue violenta.
Pero
a pesar de tratarse de un faraón guerrero, Ramsés no se quedó solamente en las
campañas militares: durante su reinado, Egipto alcanzó la época de mayor
esplendor, merced sobre todo a la prosperidad económica de que disponía, lo que
favoreció notablemente el desarrollo de la literatura y las ciencias, y que a
su vez le permitió acometer la construcción de grandes edificaciones y
monumentos.
Una
de sus primeras decisiones fue la de cambiar la capital del imperio: si bien
había sido Tebas, con la consecuente influencia del poderoso clero que en ella
residía, trasladó la corte a Menfis, para posteriormente instalarse
definitivamente en Pi-Ramsés, en el Delta del Nilo. Aunque no queda demasiado
claro cuál pudo haber sido el motivo de tal decisión, teniendo en cuenta lo que
había sucedido años atrás con el faraón hereje Akhenatón, lo más probable es
que tal decisión fuera una hábil maniobra política para, en primer lugar, y
como acabamos de decir, desligarse, apartarse del poderoso clero tebano para
mantener el suyo propio, y al mismo tiempo hacer que la aristocracia tebana
perdiera influencia sobre él en favor del ejército y los escribas reales.
Además, comprendió la importancia de estar lo más próximo posible al Norte,
para poder controlar con mayor facilidad el Levante Mediterráneo, que por
entonces resultaba una región convulsa y peligrosa. Sin embargo, esta medida no
consiguió frenar el poder creciente del sumo sacerdote de Amón…
Tras
estas decisiones, el faraón cayó en una etapa de construcción obsesiva: no sólo
se dedicó a construir templos enormes y espectaculares a lo largo de toda la
orilla del Nilo, sino que incluso llegó a usurpar muchas de las ya existentes,
incluidas las de su padre Seti I. Podríamos decir que batió el record absoluto
en este apartado, superando con creces a Amenhotep III. Algunas de sus grandes
obras fueron las siguientes:
- Amplió
el Osireion, el Templo dedicado a Osiris en Abydos.
- Amplió
el templo de Amón en Tebas con el añadido de un nuevo patio, los pilonos
de la entrada y dos obeliscos de granito rosa.
- Finalizó
la sala hipóstila del Templo de Amón en Karnak.
- Construyó,
en el Valle de los Reyes, el Ramesseum, el templo funerario que destinó para
que fuera su tumba.
- Construyó
edificaciones añadidas en los templos de Menfis y Hermópolis.
- Construyó
diversos templos en Nubia, de los cuales los más conocidos son los de Abu
Simbel, dedicados a diversas divinidades como Ra, Ptah, Amón, Hathor, e
incluso al propio Ramsés, por considerarse a sí mismo, como faraón, hijo
de dioses y divinidad en sí mismo, engendrado, según la mitología egipcia,
por el todopoderoso Amón-Ra, el mayor de todos los dioses. Otros templos
fueron los de Beit El-Wali, Gerf Hussein, Uadi es-Sebua, Derr o Aniba. Con
esta actitud de hacerse construir templos y estatuas de forma sistemática,
muy superior a la de la mayoría de los reyes egipcios, y similar a la de
la reina Hatshepshut o Amenhotep III, muchos investigadores han pensado
que era de los que realmente creían ser encarnaciones de las divinidades.
- Pi-Ramsés
Aa-Najtu (“la ciudad de Ramsés”), la que sería su capital definitiva y su
construcción más ambiciosa, supuso la desaparición definitiva de Avaris,
la ciudad de los hicsos, sobre la que se edificó. Existe la posibilidad
razonable de que para esta obra se contrataran obreros hebreos, y que en
este momento se desarrollaran hechos narrados en la Biblia: al fin y al
cabo, en el Libro Sagrado se explica que fueron esclavizados para
construir las ciudades de Pithom y Ramsés. Sin embargo, por aquel entonces
no existía en Egipto la esclavitud tal y como la conocemos salvo para los
prisioneros de guerra, sino que todos los obreros de las tareas que se
llevaban a cabo eran debidamente contratados y pagados, por lo que hablar
de esclavitud parece un error: resulta bastante más probable que fueran
adquiridos tras las campañas militares en Canaán…
En lo que
respecta a su aspecto físico, los investigadores creen que las múltiples
estatuas que han sobrevivido hasta nuestros días dan una idea bastante certera
acerca de cómo debió ser: contrariamente a lo que solían hacer muchos faraones,
que pretendían que los escultores idealizasen su figura, Ramsés debió preferir
que se acercasen lo más posible al original, lo cual parece demostrarse ante la
enorme similitud que existe entre todas las imágenes observadas, aunque eso sí:
su retrato es siempre el de sus rasgos de juventud, no se ha encontrado ni una
sola estatua en la que aparezca como un hombre maduro. Para ver cómo fue
realmente en los últimos momentos de su vida habríamos de acudir a su momia,
excepcionalmente conservada: era inusualmente alto para el modelo de la época
en que vivió, alrededor de 1,70 m., y en sus rasgos debió destacar una nariz
prominente, que le confería un aspecto casi majestuoso; en sus últimos años
debió andar encorvado debido a una severa artritis y deformaciones en la
columna vertebral. Como nota curiosa en torno a esta momia, podemos decir que
fue la única que en 1977 viajó a París en avión con pasaporte para su estudio y
restauración, siendo recibida en el aeropuerto con honores de jefe de estado...
Otro
de los aspectos controvertidos en lo que respecta a este faraón es su actitud
con respecto al pueblo que gobernaba: los historiadores suelen contemplarlo
como un gobernante indiferente a sus súbditos, un planteamiento bastante lógico
teniendo en cuenta que la mayor parte de todos los reyes de la antigüedad
gobernaban para sí, no para el reino; prueba de esta apreciación es que la
población se mantuvo en la pobreza durante su reinado mientras la nobleza se
enriquecía cada vez más, pero esta situación era en realidad relativa: la
abundancia que siempre hubo en Egipto se repartía de tal forma que las clases
bajas no lo pasaban tan mal como pudiera pensarse…
Si
bien Keops ha sido considerado el faraón absolutista por antonomasia, algunos
investigadores plantean que Ramsés hubiera sido aún más dictatorial que él:
mujeriego, déspota, e incluso megalómano… El considerarse hijo de Amón-Ra lo
elevaba a una distancia abismal del pueblo al que debía regir.
Sin
embargo, hay divergencias en la interpretación de los signos acerca de la
actitud de este rey: otros investigadores plantean que en realidad no se
trataría de indiferencia, sino de crueldad: para apoyar esta tesis se basan en
algunos relatos de su vida, como son los de las trampas que instaló alrededor
de los lugares donde guardaba sus tesoros, o su costumbre de colgar los
cadáveres de sus enemigos en las paredes de los palacios o las murallas; y
también en un hallazgo reciente, decenas de cuerpos decapitados frente a uno de
sus templos, detalle que resulta chocante porque el sacrificio humano era una
costumbre que los egipcios habían desterrado desde los tiempos prehistóricos…
Lo
que sí parece ser absolutamente cierto es que debió ser arrogante y soberbio
como pocos, que le disgustaba sobremanera que alguien pretendiera darle
órdenes. De las cartas que se han encontrado entre él y el rey hitita, se
desprende este hecho: cuando su enemigo le exigía que le devolviera un fugitivo
que había tomado asilo en Egipto, el faraón había respondido con un “¿Por qué
me hablas como si fuera tu esclavo?”.
De
la misma manera, en el ya citado Poema de
Pentaur, el propio Ramsés relata que cuando se le pusieron las cosas cuesta
arriba en Qadesh, al abandonarle las tropas a su suerte, tras librarse él solo
de sus oponentes, regresó junto a su ejército enfurecido e hizo caer su
terrible cólera sobre sus soldados, diezmándolos. Según sus propias palabras,
“Mi Majestad se puso ante ellos, los conté y los maté uno a uno, frente a mis
caballos se derrumbaron y quedaron cada uno donde había caído, ahogándose en su
propia sangre...”.
Según
se percibe por los documentos, inicialmente debió ser tremendamente
temperamental: algunos historiadores piensan que las menciones que hace el
Corán se refieren a él en este sentido, aludiendo a que cuando sus magos y
sacerdotes reconocieron no ser capaces de enfrentarse a la magia del dios de
los hebreos, en una posible alusión a los eventos bíblicos de las siete plagas,
el faraón los increpó con muy duras palabras: “¡Vosotros no tenéis mi autorización para decir tal cosa!”. Tras
estas palabras, los amenazó con clavarlos a una palmera de pies y manos, a modo
de primitiva crucifixión…
Es
probable que el tiempo y la templanza de sus consejeros consiguieran que esa
desmedida soberbia fuese matizándose, suavizándose: décadas después de alcanzar
el trono, comenzó a descentralizar los asuntos del país, delegándolos en manos
de sus numerosos hijos y subordinados. Para contrarrestar el omnímodo poder de
los sacerdotes de Amón intentó favorecer a los clérigos de otras deidades como
Ra, Ptah o Seth, pero tales prácticas apenas tuvieron efecto, hasta el punto
que el celo religioso de los seguidores del dios supremo puso en peligro su
posición como faraón. Éste no fue capaz de ver la situación en que se estaba
colocando, y dejó que las cosas prosiguieran como iban, permitiendo que sobre
su imperio comenzara a planear el germen de su caída...
Como
ya hemos dicho, a Ramsés se le ha tachado de lascivo y mujeriego, y ello se
debe, sobre todo, a la gran cantidad de reinas, esposas y concubinas que tuvo a
su alrededor, que le dieron cientos de hijos e hijas. Y al parecer no se tomó
la molestia de ocultarlo, ya que llegó hasta a confeccionar una lista con los
nombres de todos sus hijos y construir en el Valle de los Reyes una gran tumba conocida
entre los arqueólogos como KV5 (King’s Valley 5). Este hipogeo, a tenor de los
egiptólogos, está resultando sorprendente en más de un aspecto, y a 2007 aún se
estaba excavando en busca de más datos: se sospecha que puede todavía guardar
más secretos…
La
Gran Esposa Real fue la bella Nefertari,
nombre que significa “por la que brilla el Sol”, y es de suponer, a tenor de
las tradiciones dinásticas egipcias, que seguramente estaba emparentada con la
dinastía anterior a través del faraón Ay; sin embargo, ésta es una mera
suposición, puesto que Ramsés se ocupó cuidadosamente de ocultar su origen y no
se ha efectuado ningún descubrimiento que pueda hacer luz sobre su linaje. Ésta
no fue sólo la esposa principal y madre de los herederos, sino que además tomó
un papel mucho más activo del habitual al intervenir en la política de su real
marido: tuvo un importante papel en las conversaciones con los hititas, hecho
demostrado por las cartas que escribió a la emperatriz Putuhepa, y que al
parecer consiguieron sentar las bases de un proceso de paz…
El
faraón debió idolatrar a su esposa, ya que una de sus construcciones, el
segundo templo de Abu Simbel, fue dedicado a ella bajo la imagen de la diosa
Hathor; en este edificio, la imagen de Nefertari posee el mismo tamaño que la
de su marido, hecho que resulta harto infrecuente en las representaciones
egipcias. Su muerte se produjo en el año 26 del reinado, antes de la
inauguración del templo, y fue enterrada en la tumba del Valle de las Reinas
catalogada como QV66 (Queen’s Valley 66), donde se encuentran las pinturas
mejor conservadas.
Este
hecho supuso el ascenso meteórico de Isis-Nefert,
también llamada Iset la Bella, que se convirtió rápidamente en la nueva Gran
Esposa Real. A juzgar por el hecho de que ésta mujer se mantuvo mucho más en la
sombra que su predecesora, es factible pensar, junto con algunos historiadores
que han optado por esta línea de investigación, que pudo haber habido una
enconada rivalidad entre las familias de Nefertari y de Isis-Nefert: ésta
última debió ser muy inteligente, pues llegó a colocar a todos sus hijos en los
cargos más importantes del estado. Siguiendo esta pista, aducen la posibilidad
de que la muerte de Nefertari y la de su primogénito se debieran no a causas
naturales, sino a las intrigas que su rival desarrollaba para hacerse con el
poder al lado del faraón, pero son tan sólo conjeturas, pues no hay datos
suficientes como para apoyar esta hipótesis.
El
puesto de Gran Esposa Real se difuminó en tiempos de Ramsés, que lo asignó a
otras mujeres: además de las dos citadas, por el trono pasaron cinco reinas
más: su hermana o hija Henutmira, la princesa hitita Maathornefrura (la prenda
de paz que presentó el rey Hattusil III), la dama Nebettauy de la que se
sospecha pudo ser hija de Isis-Nefert, y otras dos hijas más, Meritamón con
Nefertari y Bintanat con Isis-Nefert. Puesto que el incesto en la familia real
era una tradición y una constante para mantener puro el linaje de los faraones,
que decían proceder directamente de Amón, tales prácticas se veían como algo
natural, sobre todo teniendo en cuenta, como ya hemos dicho, que era la línea
femenina la que otorgaba el auténtico derecho real…
Acerca
de la descendencia de Ramsés II, históricamente se le reconocen al menos 152
hijos, de los que los más importantes fueron los siguientes:
- Hijos
de Nefertari:
- El
primogénito, Amenhirjopshef, que como ya hemos comentado murió en
circunstancias un tanto extrañas poco después que su madre.
- Meritamón,
cuarta entre sus hijas y la primera que nació de Nefertari. Cuando
sustituyó a su madre como Gran Esposa Real, participó en numerosas
ceremonias, entre las que se cuenta la fundación de Abu Simbel.
- Paraheruenemef,
su tercer hijo.
- Meriatum,
su sexto hijo.
- Merira,
su undécimo hijo.
- Henuttauy,
princesa con la que se casó pero a la que no llegó a asignar el rango de
Gran Esposa Real.
- Hijos
de Isis-Nefert:
- Ramsés,
su segundo hijo, convertido en uno de los hombres más poderosos de la
primera mitad del reinado de su padre. Como por una triste casualidad,
murió por las misma fechas que su medio hermano, el primogénito de
Nefertari.
- Bintanat,
primogénita entre las hijas. Según se sospecha, pudo ser madre de
Bintanat II, que llegó a ser Gran Esposa Real del siguiente faraón.
- Jaemuaset,
su cuarto hijo. Ostentó el cargo de Sumo Sacerdote del dios Ptah, y fue
considerado un hombre muy sabio e incluso un poderoso mago; murió unos
pocos años antes que su padre, a una avanzada edad.
- Merenptah,
su decimotercer hijo, destinado a suceder a su padre en el trono debido a
la gran longevidad de éste, casándose con su hermana Isis-Nefert II.
A lo largo de
su reinado, uno de los más longevos que se conocen en el imperio egipcio (unos
66 años), celebró once festivales Heb Sed,
un ritual destinado a revitalizar la fuerza física y vital del faraón,
otorgándole de nuevo una juventud o madurez que le permitieran seguir
gobernando el país. Debido precisamente a tal longevidad, sobrevivió a muchos
de sus descendientes, y acabó por ser enterrado en el Valle de los Reyes, en la
tumba etiquetada como KV7. El descubrimiento de esta tumba y de su momia se
produjo en 1881.
A tenor de los
historiadores, Ramsés II es el último gran faraón: todos sus esfuerzos se
diluyeron tras su muerte, y es posible que incluso antes: su largo reinado, que
conllevó que tras veinte años de frenesí constructor surgiera una marcada
dejadez de los asuntos del estado, debieron poner las primeras semilla de la
desaparición del Imperio Nuevo, hecho que se consumaría con la decadencia de
sus descendientes: Merenptah y Ramsés III hubieron de mantenerse a la defensiva
simplemente para poder conservar los territorios de Canaán…
Consideraciones
- Parece
muy conveniente que su hermano mayor falleciera antes de que alcanzara la
edad adulta, dejando la herencia al trono en manos de Ramsés. Teniendo en
cuenta las intrigas que se daban alrededor del trono, no parece demasiado
descabellado pensar que no se trató de un desgraciado accidente. Pero a
esa cuestión hemos de añadirle que en el antiguo Egipto la estirpe real se
transmitía por la línea materna o femenina, por lo que un hombre no podía
declararse faraón auténtico si no tenía como esposa a una mujer heredera
de la sangre real.
- Según
aparece en las estelas, con 10 años fue nombrado jefe del ejército.
Teniendo en cuenta que esta estela de la que hablamos fue mandada erigir
por él durante su reinado, lo más fácil es suponer que se trataba de una
autoglorificación: a tan tierna edad, ¿cómo iba a comandar ejército
alguno?
- Se le
considera un “joven y astuto jefe”. Luego entonces, habríamos de pensar
que poseería un buen nivel de estrategia militar. Sin embargo, a tenor de
lo que se cuenta en los textos históricos, en la Batalla de Qadesh, cayó
en una trampa al parecer bastante obvia por no hacer caso de sus
consejeros. ¿Dónde está ese genio militar? ¿O es que más bien se trató de
un temerario que se lanzaba a la carga sin más y con su fuerza y valor
insuflaba el temor en los enemigos, aplastando su moral para poder
vencerlos?
- Seguimos
en la Batalla de Qadesh. Según sus propias palabras, al caer en la trampa
su ejército huyó atemorizado y hubo de luchar él solo contra los hititas,
consiguiendo regresar a su campamento. Éste es un evento bastante difícil
de creer, por mucho que nos quiera vender que es hijo e Amón y un fiero
guerrero: un hombre solo frente a un ejército, por muy bien parapetado que
esté, no dura ni un suspiro, así que parece evidente que estamos ante una
nueva exageración propagandística con el fin de glorificar al gran Ramsés
II: es más factible pensar que quedaría su fiel guardia, y que éstos se
sacrificaron para que pudiera regresar al campamento egipcio y, una vez allí,
dar rienda suelta a su rabia por la cobardía de las tropas…
- A este
faraón se le reconocen, a lo largo de sus 66 años de reinado, hasta 152
hijos e hijas. Francamente, a pesar de ser algo oficial, se me hace cuesta
arriba creerlo, aunque las cifras no sean tan extrañas como puedan parecer:
quitemos los últimos años, y dejemos una zona aceptable de unos 50 años:
esto nos supone, de media, el nacimiento de tres herederos cada año, de
una u otra esposa…
- Parémonos
por un momento en el encono que surgió entre sus esposas Nefertari e
Isis-Nefert: la primera muere, y al poco tiempo lo hace su primogénito,
Amenhirjopshef, lo cual ya de por sí resulta suficientemente sospechoso
como para hacer pensar que pudo haber una conspiración por medio; y esta
idea se refuerza cuando comprobamos que por la misma época en que fallece
el hijo de Nefertari, lo hace también Ramsés, el hijo de Isis-Nefert.
¿Casualidad? No me parece demasiado probable, lo que me lleva a plantear
dos posibilidades: o bien hubo un enfrentamiento abierto entre ambos
muchachos y se mataron entre sí, o tal vez la venganza de Nefertari por la
pérdida de su hijo no se hizo esperar con el ojo por ojo contra su temible
rival…
- En el
fondo, a tenor de lo que hemos leído en la biografía de Ramsés II, parece
bastante claro que nos encontramos ante un hombre orgulloso, egocéntrico y
diría que incluso megalómano: entre sus empeños en borrar de la memoria
del pueblo egipcio a faraones anteriores como Ay o Akhenaton, su
presunción durante la batalla de Qadesh y sus autodescritas hazañas,
resulta muy clara una intención propagandística, aumentada por el hecho
contrastado del esplendor que vivió la tierra del Nilo durante su reinado.
Bibliografía
- Kadesh Inscriptions of Ramesses II,
Alan Gardiner. 1976.
- L´empire des Ramsés,
Claire Lalouette. 1985.
- Ramses II, The Great Pharaon and his Time,
Rita E. Freed. 1987.
- Ramses II: Soberano de Soberanos,
Bernardette Menu. 1988.
- Memorias de Ramses el
grande, Claire Lalouette. 1994.
- Ramsés II. La
verdadera Historia, Christiane Desroches Noblecourt. 1998.
- Ramesses II,
T.G. James. 2002.
- Ozymandias,
poema de Percy Bysshe
Shelley. 1818.
- Cuando
nació Moisés, Joan Grant. 1952.
- Noches
de la antigüedad, Norman Mailer. 1984.
- La
Momia, o Ramsés el Maldito, Anne Rice. 1989.
- Serie de Ramsés II: El Hijo de la Luz (1995), El templo de millones de
años (1996), La dama de Abu-Simbel (1996), La batalla de Qadesh (1996). Christian Jacq.
Fuentes en Internet
- Wikipedia
- Biografiasyvidas.com
- Egiptoaldescubierto.com
- Egiptomania.com
- Artehistoria.jcyl.es
Filmografía
- Los
Misterios de Egipto: el auténtico Ramses, Stuart Rose. Discovery
Channel, 2010. Documental.
- Los diez mandamientos, Cecil B.
DeMille (Yul Brinner). 1956.
- El príncipe de Egipto, DreamWorks.
Animación. 1998.
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