sábado, 13 de mayo de 2017

LAS CRUZADAS

THE NEW LHORK HERALD TRIBUNE

LAS CRUZADAS (CRUZÁS EN CASTELLANO, QUÉ LECHES)



Erre.–  Érase una vez que se era, un rey muy carismático llamado Ricardo corazón de Lhork, que debía enfrentarse a una empresa terriblemente terrible: la conquista de la inconquistable Jerusalén, ciudad Santa donde las haya, y claro, tenía que ser cristiana, ya se sabe, principalmente por sus bodegas apócrifas repletas del Sagrado Vino Lhorkrioja, que nadie sabe cómo llegaron hasta allí.
El susodicho monarca, rodeado de un séquito bastante pobre, pero demoledor, se dispuso al ataque, tipo banzai, de la ciudad, contra un ejército compuesto por miles y miles de hombres defendiendo su religión y su ciudad.
- Hermanos..., nos hemos reunido hoy aquí para conquistar una ciudad de forma amena y divertida. Ya sabéis que lo importante no es ganar, sino participar, con lo cual... ¡Queda inaugurada esta conquista! (Con un buen chupito de Lhorkrioja).
Los compañeros de nuestro paladín, motivados por tan elocuente discurso eran, además de políglotas, porque si no uno no se explica cómo le podían entender, los siguientes:
  • Lhorkofredo de Bouillon, un francés un tanto amanerado pero ágil con el abrecartas y el lacre.
  • Lhorkberto de Flandes, conocido así por ser un adicto al flan de una marca oriental que no vamos a citar aquí.
  • El Cabo Primero Trueno, qué decir aparte de que se apunta a un bombardeo en alfombra acompañado por sus inseparables Goliath (¿o era Gorilath?), Crispín el Crispado y la maciza de la Sigrid.
  • Y por último, pero no menos importante por ello, el Probe Migué, acompañado de Triana Pura.

Bajo el himno de: “Y si semos los perdedores, bueno y qué, y si semos los perdedores bueno y qué, y si semos los perdedores, y si semos los perdedores, y si semos los perdedores bueno y qué, bueno y qué, bueno y qué.”, nuestros amigüitos se dispusieron en forma de diamante para el triángulo, pero la defensa vio sus planes y se cuadró en forma de trébol, a lo que Richi (Ricardito) formó en Corazón, y los otros en Pica. ¡Caray!, qué difícil es esto de la guerra.
Puesto que Sigrid no quería ejercer de dama, y las torres de asedio carecían de combustible para avanzar, los cristianos hubieron de emplear para su ataque a los sacerdotes, que se dedicaron a avanzar en ele, confundiendo así a la caballeros, que comenzaron a sospechar que algo no cuadraba bien en aquella formación en la que cada cual iba a su bola; al final, toda la marcha terminó con los soldados cargando con sus monturas, gimiendo bajo el peso, y gruñendo cosas como “¡Quién me mandaría a mí apuntarme a estas excursiones programadas por el IMSERSO!”
Una vez declaradas las tablas en el combate inicial, y tras un órdago a chicas que Salhorkdino no quiso aceptar porque no tenía ni un miserable as en la manga, hubo un repliegue general de los exhaustos ejércitos por descarte de todas las cartas inútiles que encontraron por todas partes (francamente, a aquellas alturas, el campo de batalla estaba hecho una leonera, lleno de cartas y piezas de madera, lo que dificultaba y estorbaba la espectacularidad y la fanfarria con la que los cristianos habían programado aquella incomparable cruzada de la que se suponía que se tenían que sentir tan satisfechos); desechada la idea de la formación en tenaza (por ser pocos) y lanza (por ser pacifistas ambos bandos), se decidieron por algo parecido a lo de Jericó, con Triana Pura y el Probe Migué danzando alrededor de las murallas, mas como éstas eran muy amplias en extensión, y los bailarines y cantantes de edad matusalénica, no llegaron a cubrir escasamente veinte metros. Los defensores, muertos de risa, coreaban desde las almenas: “No, no, no nos moverán, no, no, no nos moverán. De las bodegas, no nos podrán separar, no nos moverán. Bis”.
Heridos en lo más profundo por las risas de las defensas Jerusalénicas, ebrias de Lhorkrioja, se decantaron a algo mucho más civilizado y Salhorkmónico, un duelo entre los líderes de ambos bandos a ver quién aguantaba más bebiendo Lhorkrioja. Dicho y hecho.
Trago tras trago, vaso tras vaso iban cayendo las cubas del vino más apreciado del mundo mundial. Entre tanto, para amenizar la velada, se sucedían canciones y cancioneros de ambos bandos, por un lado, el hastiante Probe Migué; por otro un indio Cheyenne o Chayanne, o algo de eso, perdidamente enamorado de una tal Salomé (las leyendas cuentan que esa tipa mandó cortar la cabeza a uno hace años; quizás al tipo le gustan las guerreras).
La liza, encarnizada, incluso hipada, seguía en los salones de la tienda de campaña neutral que habían puesto bajo el pórtico de la entrada principal de la Sacrosanta ciudad. Vasito va, vasito viene, Richi, gritando “A la media vuelta, y otra vuelta más, ... ¡LA BOMBA!”, y el otro, emocionado, a voz en grito, con “¡Qué va a ser la Copa del Amor; es la Copa de Lhork!”.
La cosa volvió a quedar en tablas por el lamentable espectáculo que estaban ofreciendo ambos contendientes, lamentable principalmente porque estaban bebiendo a morro encima de las mesas y cantando como posesos, lo cual llevó a pensar a los partidarios de los dos bandos que para qué iban a pelear, si sólo los jefes se llevaban el trofeo, con lo que se sublevaron, declararon la paz por su cuenta y riesgo y saquearon las bodegas entre todos, haciendo gestos con la mano de V y gritando “¡Paz y Amor Libre!”. Evidentemente, a Sigrid esto no le hizo mucha gracia, pero tras un par de tragos de la inapreciable bebida, tragó y pasó por el aro como una campeona.
Un par de semanas más tarde, cuando ya se había pasado absolutamente toda la resaca (¿?), regresados todos a sus lugares de origen sin haber conquistado la ciudad Santa (pero sí sus reservas, que era el motivo real del ilustre acontecimiento), tras las reprimendas de sus superiores y sus pueblos, recordaron, añorantes, la emotiva despedida de Jerusalén, repartiendo a diestro y siniestro besitos y frases como: “Que la Fuerza te acompañe” (¿Dónde he oído eso antes?), y “En un par de añitos, repetimos ¿eh?”. Cuentan las crónicas que algunos listillos, que luego se hicieron pasar por santos varones y vistieron albas vestiduras con cruces rojas, regresaron de aquellos lares portando misteriosos pergaminos que escondían inefables secretos; pero, en realidad, lo que traían era, por supuesto, la receta de la poción mágica que habían degustado en la sacrosanta ciudad unos meses antes, y de la que, por desgracia, Javierix se había atracado en demasía, por lo que, desde entonces, se le prohibió volver a acercarse a la cuba de dicha poción.
Esto es lo que nunca se ha escrito sobre la verdadera intentona de conquista de la Santa Ciudadela, pero toíta es la verdad de la buena.
Eva Mª Sastre García.


Nota de la redacción: ¡Qué terrible catástrofe! Cuando ya nos habíamos hecho a la idea de tener que aguantar periódicamente las excentricidades y sabotajes del Pucelano Loco, que creemos que se ha tomado unas merecidas vacaciones (esperemos que largas), va y aparece en nuestra redacción una carta. Con el moscón tras la oreja, la abrimos y vemos un currículum intachable de una periodista a la que procedimos a poner en período de prueba. Cuál no fue nuestra sorpresa al comprender nuestro craso error y darnos cuenta de que ésta cándida alma no era sino una aliada fiel del, toquemos madera, Pucelano Loco. Huelga decir que tras el período de prueba no la permitimos firmar formalmente el contrato: huyó como alma que lleva el diablo gritando: “De vez en cuando tendréis noticias mías y de mi colega. ¡Que Lhork os pille confesados!”


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